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La idea de que alguien puede salir de la nada y convertirse en un fenómeno electoral que lo lleve a la presidencia de la República es parte de un sueño imposible que nace de la enorme y bien ganada desconfianza de los ciudadanos ante los políticos. Casos se han visto. En Estados Unidos que es tierra de oportunidades por excelencia, cuyo mundo político está reglamentado al máximo alrededor de los partidos demócrata y republicano, han surgido candidaturas exitosas que nadie esperaba. Cuatro casos excepcionales en nuestro tiempo: Jimmy Carter, Bill Clinton, Barack Obama y Donald Trump. Los tres primeros surgidos de modestas carreras políticas en sus estados de origen y el último un perfecto extraño al mundo partidista. Pero todos tuvieron que dar la lucha para conseguir la nominación de sus partidos en elecciones primarias y convertirse en fenómenos mediáticos.
En Colombia solo un caso parecido podría citarse desde el siglo XX: el de Iván Duque, un senador novato, sin mayor trayectoria administrativa ni política. Pero aun es ese caso no solo Duque obtuvo la nominación de su partido, el Centro Democrático, a través de un proceso de encuestas, sino también ganó en una consulta de derecha nada menos que frente a la candidata del Partido Conservador, Marta Lucía Ramírez. Su exitosa campaña recogió luego votos de opinión, derrotando en una cómoda victoria a un curtido político como Gustavo Petro. El Canto del Cisne del Uribismo. El caso del ingeniero Rodolfo Hernández merece un tratado aparte, pero el entusiasmo pasajero que generó no le sirvió para llegar a la presidencia, derrotado por Gustavo Petro cuya muy activa presencia en la política colombiana llevaba años. Lo que la evidencia indica es que, en Colombia, en Estados Unidos y en el resto del mundo democrático, la política son los partidos.
La evidencia indica que, en Colombia, en Estados Unidos y en el resto del mundo democrático, la política son los partidos
Desde la vigencia de la Constitución de 1991, con la excepción de Iván Duque, no ha habido un solo presidente de la República que no haya tenido un larga y exitosa carrera tanto en el Congreso como en la administración pública. Allí no ha habido espacio para personas ajenas a ese mundo. César Gavíria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Gustavo Petro, todos ellos con trayectorias importantes en el Congreso y en la administración: ministros, gobernadores, alcaldes, parlamentarios; todos ellos con apoyos de sus partidos, con reconocimiento público, con representación parlamentaria, con una sólida base política para lanzarse a semejante aventura.
No se menciona con frecuencia que Gustavo Petro llegó a la presidencia después de haber sido a través de los años combativo parlamentario de oposición y alcalde de Bogotá, que la variopinta coalición partidista que lo apoyó obtuvo la mayor votación y la mayor representación en el Congreso y que desde ese escenario había sido el más notorio miembro de la oposición a un gobierno impopular, que es la mayor carta de garantía para tener éxito en una campaña presidencial. En el año 2022 Gustavo Petro y su coalición eran invencibles, lo cual es casi lo contrario de lo que sucede ahora.
Esas reminiscencias solo para decir que un presidente de la República no se improvisa, y que no se requieren grandes títulos académicos de prestigiosas universidades nacionales e internacionales, ni grandes dosis de sabiduría, para hacer una campaña exitosa. Solo tener una carrera política detrás, un sólido respaldo partidista, una representación decente en el Congreso, y que la gente lo conozca y tenga de él una imagen favorable. No es tierra para espontáneos, como lo son hoy en Colombia tantos nombres en la larga lista de aspirantes.
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