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Nguyen Van Thieu, presidente de Vietnam del Sur entre 1965 y 1975, fue un político corrupto, un dictador de hecho, con quien el gobierno de Estados Unidos estaba obligado a negociar si quería terminar la guerra de Vietnam. Richard Nixon, presidente sin escrúpulos, cuando era candidato, llamó a Van Thieu para pedirle que retrasara la Conferencia de Paz en París que iba a acabar la guerra, para que su convocatoria no beneficiara a Lyndon Johnson quien se iba a presentar a la reelección. Así, un candidato a la presidencia de Estados Unidos llamaba a un dictador amigo a pedirle un favor que era casi una traición a la patria, pues muchos soldados murieron como consecuencia de ese aplazamiento, que contribuyó a darle la presidencia a Nixon en 1969.
La conversación conocida por Johnson fue grabada por el servicio secreto, al igual que la que sostuvieron Johnson y Nixon, donde él negó que hubiera habido esos contactos y Johnson negó que los hubiera conocido. Sepultaron el incidente porque no estaban seguros de a quien beneficiaría su publicación. Así que las relaciones de políticos y presidentes elegidos democráticamente con dictadores no son infrecuentes pues los políticos y los países tienden a mirar más sus intereses personales y nacionales, y no se paran en pelillos para defenderlos.
Es una vieja anécdota para ilustrar que el mundo está lleno de dictadores, que los gobiernos democráticos no están en manos de arcángeles y que las exigencias de la política obligan a ser prácticos. Realpolitik es un término originado en Alemania para decir que hay que ser realistas y pragmáticos antes que ideólogos o moralistas. Los casos se multiplican hasta el infinito. Un caso notorio, que involucra también a Richard Nixon, presidente republicano, y a su Secretario de Estado Henry Kissinger, es el establecimiento de relaciones entre la China comunista de Mao y los Estados Unidos en 1972, hoy considerado uno de los episodios cumbres del siglo XX, que para muchos norteamericanos era más o menos asociarse con el diablo.
El mundo está lleno de dictadores, los gobiernos democráticos no están en manos de arcángeles y las exigencias de la política obligan a ser prácticos
Si se establece, con mucha hipocresía, que sólo los gobiernos democráticamente elegidos en elecciones trasparentes tienen un papel en el escenario internacional y son tratables por los demás países, no existirían la Naciones Unidas. Estados Unidos con su papel de gran potencia y de policía del mundo (que está recogiendo a pasos agigantados) ha tenido relaciones con todos los gobiernos que le convengan, en todos los continentes, aun participando en golpes de estado contra quienes no eran favorables a sus intereses y tragándose más de un sapo con quienes lo eran. En nuestros días el caso de Afganistán es paradigmático, apoyando a un gobierno corrupto solo para que los talibanes no llegaran al poder, para luego abandonar al país en sus manos.
El caso de Venezuela y Colombia es parte de la Realpolitk, que desaconseja soluciones extremas. No tiene ningún sentido que Colombia con sus 2.219 kilómetros de frontera, las relaciones de familia que existen entre sus habitantes, su intercambio secular de migrantes, sus economías interdependientes, no tenga relaciones diplomáticas con Venezuela, que sirven precisamente para solucionar los problemas que se crean entre países con regímenes políticos diferentes.
Claro es que Nicolás Maduro perdió las elecciones del 28 de julio de 2024, que hubo un descarado fraude electoral y que su posesión como presidente es ilegítima antes los ojos del mundo (no ante su legislación interna). Eso lo convierte en un dictador de hecho, a la cabeza de un gobierno represivo y corrupto, al cual no parecería que le quede mucho oxigeno si se tiene en cuenta la universal condena a ese procedimiento de crear una pantomima de democracia para eternizarse en el poder. Pero mientras sea el presidente, tocará concertar con su gobierno los muchos asuntos de toda índole que hay entre ambos países. Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana y Uruguay, están en su derecho de no tener relaciones con un país distante de sus fronteras, Colombia no puede darse ese lujo, que cuando se lo dio causó tanto daño, para nada; y mucho menos atender los delirantes llamados a una intervención militar.
La posición del gobierno colombiano es un ejemplo claro de Realpolitik. Desoyendo a los arcángeles (que tienen sus propios intereses internos)), no se reconoce al gobierno venezolano mientras no muestre las actas de su elección, no asiste el Presidente de la República a su posesión, pero no se rompen las relaciones diplomáticas que serán en adelante a nivel de embajadores, ni se cierran los consulados. De todos los males el menor.
Del mismo autor: La política como amenaza
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