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¿Cómo es posible que escojamos jefe de estado entre personas sin suficiente formación, habilidades y sin equipos preparados para gobernar? ¿O populistas y autoritarios sin que pasen controles ciudadanos para llegar al poder? En ambos casos la lista de oportunidades perdidas para el desarrollo, la seguridad y el bienestar es infinita. Las decisiones imbéciles llevan a recursos mal invertidos, despilfarros y desviaciones en el uso. La pérdida de ahorro social es irreparable. Es difícil explicar como una sociedad moderna, educada y civilista, que se considera empoderada, elige gobernantes que no saben gobernar, que le hacen daño e invitan a los autoritarios a ganar el poder.
La democracia electoral obsoleta que tenemos se debe revocar pronto. La oleada de gobernantes sectarios que se han tomado el poder en tantos países se debe a la reacción rabiosa de un electorado desencantado, polarizado, con sed de venganza. En Colombia nos puede llegar bajo cualquier disfraz. La idea de permitir que cualquiera participe para ser elegido carece de sentido en estos tiempos. El fascismo, el autoritarismo, el populismo no debe llegar al poder gracias a las debilidades del sistema electoral ni del fracaso de un gobierno. El castigo que la sociedad busca para un mal gobierno no puede ser el fin de la democracia.
Antes que aparezcan los personajes indeseables que pueden gobernar hacia el abismo, hay que promover un modelo diferente de selección de candidatos. Hay que crear los mecanismos para evitar que candidatos osados, obsesivos, sicóticos, narcisistas, mesiánicos, o simples vagos con habilidades populistas financiados por millonarios, cabalguen sobre la rabia y la polarización social para tomarse el poder.
La tarea es difícil porque pocos alzan la vista para ver las nubes grises y cargadas sobre sus cabezas. Los múltiples grupos electorales sueñan con coronar candidato/a para coronar luego como cabeza de una coalición que a su vez corone en una segunda vuelta. No conocen otra forma de buscar el poder. Tampoco tienen tiempo de interpretar la polarización que se cocina bajo sus pies, que si aprovechan los autoritarismos a los que se suman millonarios hastiados del mal funcionamiento de la democracia, deseosos de imponer su voluntad sin contrapesos ni intermediarios.
Los defensores del modelo clientelista deben prever que la motosierra con la que juegan Milei y Musk es la que van a usar para despedazarlos
La democracia electorera se debe reemplazar por una de participación directa y activa. Es una forma de impedir el triunfo de lo peor y de evitar que desaparezcan libertades que conocemos y disfrutamos. La democracia debe evolucionar antes que la reemplace un modelo arbitrario que se monta sobre la necesidad de desplazar a los malos gobernantes. Esos candidatos ya están listos para asaltar el gobierno. Los defensores del modelo clientelista deben prever que la motosierra con la que juegan Milei y Musk en sus escenarios es la que van a usar para despedazarlos a ellos, primero.
Las lecciones nacionales e internacionales son claras. Al Partido Demócrata de Estados Unidos lo arrasó su ceguera, su incapacidad de leer el descontento social, de aceptar que su discurso era tan obsoleto como sus dirigentes. Sin consultar al pueblo, las élites impusieron a la vicepresidenta Kamala Harris que les garantizaba la continuidad de las políticas rechazadas por su electorado. El descontento iba más allá de un asunto de maquillaje, de cambiar un candidato octogenario por una sesentera.
Los ciudadanos demócratas exigían un viraje como el que anunciaba Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortés. Dejaron sin opción, sin alternativa viable a los desencantados con los gobiernos Obama, Clinton y Biden-Kamala. Le abrieron el camino por segunda vez al peor de los opositores, al populista mesiánico rodeado de ultramillonarios que confunden riqueza con conocimiento y nada saben de bienestar colectivo. El estado es para ponerlo a su servicio y, si pueden, el mundo también.
En Colombia la elección del 2022 dejó lecciones. La confrontación Petro-Hernández indicó la fatiga social con los candidatos de siempre. El electorado escogió entre dos outsiders, uno improvisado como candidato, el otro obsesionado en lograr un cambio social que redimiera a los relegados. La lección es que el país estuvo a punto de elegir un desconocido que ha podido ejercer como un Trump o como Bukele. Escogió al menos outsider, del que también hoy se arrepiente un grupo importante de sus electores.
En 2026 puede ocurrir lo mismo. La oportunidad de cambiar el modelo de selección de gobernantes se acaba. La amenaza de caer en un modelo autoritario es cada día más probable, considerando el cambio del contexto externo. Las restricciones del poder del norte para interferir en las elecciones locales se acabaron, por decisión de Trump, de manera que puede inclinar su balanza para elegir presidente en donde lo considere.
Muchos se equivocan creyendo que el problema es que Petro quiera quedarse en el poder como Maduro, Ortega, Bukele y seguramente Trump si no surge una reacción ciudadana. La amenaza es al revés. Que como reacción a Petro la mayoría de la ciudadanía se monte en un cambio de rumbo que lleve a un gobierno arbitrario, autoritario, elitista. La amenaza proviene del populismo envalentonado del posneoliberalismo. La forma de contener esta tendencia es montando un modelo de participación ciudadana directo para la selección del candidato. Si el eje del debate es la rabia alimentada con sumas enormes de dinero para movilizar a los furiosos a votar, la democracia que nos queda está perdida.
La sobredosis de gobernantes ineptos lleva a la muerte por intoxicación del modelo de democracia actual. La oportunidad de construir una alternativa se acaba. Los Trump, los Milei, los Bukele, los Ortega, los Maduro, los Orban, los partidos supremacistas, los ultranacionalistas, los ultras fascistas, avanzan como un tsunami sobre la rabia popular. La polarización se nutre de soportar gobiernos ineptos que desconocen el daño que le han hecho a millones de ciudadanos que se quedaron esperando su incorporación al mundo postmoderno, que están sin sueños para navegar durante el resto de la vida.
La ecuación se complica con el ingreso descarado y sin límites de los ultramillonarios en el juego electoral. Es, proporcionalmente lo mismo un Musk que invierte US$ 270 millones para sacar los votos adicionales que necesitaba Trump, que los US$ 20 que puede poner un Gilinski para montar una empresa electoral que elija a una Vicky. Estos poderes sin control son los que acaban imponiendo gobernantes sin que hayan pasado examen alguno, sin control ciudadano alguno.
Es el momento de corregir el proceso de selección de gobernantes para que el estado se convierta en una herramienta que genere bienestar. Ya no existen partidos políticos, sino grupos asociados que controlan etiquetas (o letreros) que les da el derecho exclusivo a inscribir candidatos. Han impuestos reglas para que terceros no compitan. Es necesario jugar por fuera de este escenario, crear un mecanismo para escoger otro tipo de gobernantes que nos saquen del pantano sin llevarnos al precipicio.
Una fórmula es crear un sistema de selección a partir de diseñar los requisitos que debe cumplir un aspirante. Luego los precandidatos deben someterse a la ciudadanía, para que los escuche, los interrogue, evalúe sus conocimientos, los cuestione. Es un modelo de democracia participativa directa. Se pueden realizar cientos de pequeñas asambleas de las distintas tribus urbanas y rurales, que al final de cada evento voten de manera informal. En ese proceso se consolidaría, tal vez un liderazgo de la mano de la ciudadanía que necesita un cambio positivo, no una secuencia de sobresaltos que genera incertidumbre y más rabia.
Del mismo autor Los mini Musk locales se enriquecen mientras empobrecen al pueblo
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