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Nadie apela a la palabra ‘democracia’ para criticar lo que ésta significa. Se convirtió en sustituto de ‘bueno’ , ‘conveniente’ o ‘deseable’, al punto que pierde importancia el contenido o significado de la misma.
Se confunden los valores democráticos con el modelo político y de gobierno que llamamos ‘Democracia’.
Hoy, entre nosotros, tanto el gobierno como la oposición reivindican que su accionar es en defensa y promoción de la ‘Democracia’. La falta de distinción entre los valores y el sistema permitió a regímenes radicales marxistas como la República Democratica Alemana -RDA- o la República Democrática del Congo reivindicar ese carácter; o en nuestro caso que lo usen extremos tan opuestos como el Polo Democrático y el Centro Democrático.
En el debate actual subyace un cierto fetichismo en el que se tratan las características del modelo de gobierno ‘Democracia’ como si fueran necesariamente igual a los valores que se pretenden defender. Se asume que el sistema de división de poderes, de Estado de Derecho, de decisiones por mayorías electorales, etc. es ‘el menos peor de todos los sistemas’, pero sin entrar a considerar si su contenido sí tiende a lograr las bondad que se reconoce a esos valores democráticos, y sin tener en cuenta las deficiencias y obstáculos que impiden dar realidad al funcionamiento de ese modelo utópico.
En especial y en el momento, lo que menos claro se entiende es cuál es la función de la oposición dentro de ese esquema.
En abstracto supone consolidar la posibilidad de alternanza según lo vaya decidiendo la población. Esas dos condiciones se perdieron en la actual coyuntura: la oposición hoy no se presenta como alternativa de gobierno ni acude a buscar sondear la opinión popular porque decidió limitarse a evitar que el gobierno pueda prolongarse en un eventual siguiente mandato.
Se afirma que la posible llamada a la Consulta Popular es el lanzamiento de la campaña 2026. Y sí lo es en lo que respecta al gobierno.
Pero la campaña la inició la oposición desde el día mismo del comienzo del mandato. Así se proclamó desde el 7 de agosto del 2022 con diferentes estrategias y etapas pero explícitamente con ese único propósito. No se dio respaldo, ni siquiera reconocimiento al intento de acuerdo que significaron los nombramientos del primer gabinete.
La campaña la inició la oposición desde el día mismo del comienzo del mandato
Primero se dijo que era la llegada del ‘castrochavismo; agotado ese argumento se habló de que sería una sociedad con Maduro; después se inventó que Petro buscaría una Constituyente para reelegirse – tema que no existió sino desarrollado por los opositores-; siguió la profecía de una catástrofe económica que los hechos desmintieron; pero detrás de todo esto estaba jugarle al fracaso del gobierno – real o creado mediáticamente-, contando con que eso garantizaría la imposibilidad del éxito en la siguiente elección.
En ningún momento se vio un debate con enfoque diferente al de la intención de impedir que prosperaran las propuestas gubernamentales. Con el argumento -validó o no- de que el gobierno no buscaba consensos mediante diálogos, no se planteó u ofreció alternativa alguna como opción mejor de lo que ponía el gobierno sobre la mesa. No se le mostró a la población que otra posibilidad podía convenir más, limitando el camino al rechazo de lo que se planteaba.
Tanto gobierno como oposición alegaban que defendían la ‘democracia’. Lo cual es hoy inevitable como argumento de proselitismo político. Pero esa apelación a ser cada uno el vocero de la abstracción de los valores que nadie cuestiona, debía trasladar el debate a los mecanismos que se crearon para concretarlos. Es decir inicialmente, en el modelo representativo, al Congreso de la República.
Eso nunca se logró. La oposición no aprovechó esa instancia institucional para aportar alternativas o complementos a lo que buscaba el gobierno. La fuerza parlamentaria oficialista siempre fue minoritaria, sin embargo las mayorías opositoras nunca encontraron algo que ofrecer fuera cuestionamientos a lo que presentaba el gobierno, por lo tanto el accionar de las bancadas mayoritarias se redujo a acciones de sabotaje: mediante filibusterismo, mediante disolver el quórum, mediante posponer en la agenda el inicio del debate para que no pudiera realizarse. Todo menos aprovechar las mayorías para sacar algo adelante, ya fuera contrario o al menos diferente de negar lo que se discutiría.
Hoy estamos en el extremo predicho textualmente por el Dr. Efraín Cepeda al posesionarse como presidente del Senado -y en consecuencia del Congreso- cuando afirmó que tenía los votos suficientes para impedir el paso de las leyes que propusiera el gobierno. Es decir que concretó lo que había sido siempre la alternativa ofrecida y luchada por la oposición, o se el no cambio.
Puede haber sido un tiro en el pie pues, como lo dicen tanto analistas como activistas de ambos bandos -unos con la expresión ‘dieron papaya’ y otros diciendo que para Petro es una situación de gana pase lo que pase– , el negar el trámite obligatorio de debatir en el Senado una reforma que viene de la Cámara es en efecto un bloqueo que permite -si no obliga- a apelar a la instancia constitucional subsidiaria como es la Consulta Popular.
Del mimo autor: Putin no es que sea malo, es que es ruso
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