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La Odisea de Nariño: La Campaña hacia el Sur de Colombia
Antonio Nariño, precursor de la independencia, marcó la historia de Colombia con su audacia intelectual, liderazgo militar y visión política. Su traducción de los Derechos del Hombre en 1794 desafió el yugo colonial, su periódico La Bagatela avivó el debate independentista, y sus campañas, como la de 1814 hacia el sur, reflejaron su tenacidad frente a adversidades. Diseñador de símbolos como la bandera de Cundinamarca y defensor de la unidad, Nariño enfrentó prisiones y exilios sin doblegar su espíritu. Este relato, basado en memorias y registros históricos, narra su épica lucha en el sur, desde Popayán hasta el río Juanambú, culminando en su captura y traslado a Cádiz, un capítulo de sacrificio que consolidó su legado como faro de libertad.
Un Viaje contra la Naturaleza
El ejército de Nariño salió de Popayán con el objetivo de tomar Pasto, bastión realista. Durante veintiún días, los soldados republicanos enfrentaron un terreno que parecía diseñado para desafiarlos. Las memorias del capitán José María Espinosa, redactadas años después por José Caicedo Rojas, y las de José Hilario López, narran con detalle las penurias de esta marcha. Cruzaron el puente del Mayo y se adentraron en la temida montaña de Berruecos, un paisaje de despeñaderos y fragosidades donde el clima y la falta de recursos cobraron un alto precio. Las mulas que transportaban la artillería y los pertrechos perecieron en gran número, obligando a los soldados a cargar a hombros pesos descomunales. Sin embargo, Espinosa destaca el «buen ánimo y alegría» de las tropas, una chispa de esperanza que mantenía vivo el espíritu de Nariño.
El 12 de abril de 1814, el ejército llegó a las márgenes del río Juanambú, en el sector de La Cañada. Este río, descrito como un torrente impetuoso que se estrellaba contra rocas altísimas, era un obstáculo formidable. Su corriente, imposible de vadear, solo podía cruzarse mediante una tarabita, una cuerda suspendida que los realistas, bajo el mando de Melchor Aymerich, habían cortado estratégicamente. Al otro lado del río, las alturas de Buesaco y el Boquerón, separadas por una profunda quebrada, se alzaban como fortalezas naturales. Estas posiciones, reforzadas con trincheras, fosas y montones de piedras listas para rodar, hacían del Juanambú un punto prácticamente inexpugnable.
La Fortaleza del Terreno y los Realistas
El terreno no solo era un desafío físico, sino una ventaja táctica para los realistas. Aymerich, un experimentado militar, había fortificado la orilla opuesta del Juanambú con trincheras escalonadas y culebrinas de largo alcance. Además, los pastusos y patianos, aliados de los realistas, conocían cada sendero y recoveco del paisaje. Como relata el historiador José Manuel Restrepo, los patianos empleaban tácticas de guerrilla, moviéndose en pequeñas partidas que hostigaban al ejército republicano y cortaban sus comunicaciones. Este conocimiento del terreno, combinado con las fortificaciones, convertía a las fuerzas realistas en un enemigo formidable.
Espinosa describe cómo las tropas realistas, unos 1.500 hombres, ocupaban las alturas de Buesaco y el Boquerón. Desde allí, saludaban al ejército de Nariño con descargas de artillería que, aunque no siempre eran precisas, mantenían la presión constante. Los indios, posicionados tras montones de piedras, estaban listos para arrojarlas sobre cualquier intento republicano de escalar las alturas. Esta combinación de defensas naturales y artificiales hacía que cada movimiento de Nariño fuera un riesgo calculado.
Intentos Valientes, Derrotas Dolorosas
Nariño, consciente de la dificultad, no se amilanó. Ordenó varios intentos para cruzar el río y tomar las posiciones enemigas. Uno de los más audaces fue el ataque liderado por el teniente Vanegas, quien, con 200 hombres del batallón Socorro, escaló silenciosamente el Boquerón al amanecer. Solo 116 lograron coronar la altura, enfrentándose a un enemigo mucho más numeroso. Su ataque sorpresa causó estragos iniciales, pero los realistas, al darse cuenta de la inferioridad numérica de los republicanos, contraatacaron. Muchos de los hombres de Vanegas murieron o se precipitaron por los riscos; otros se refugiaron en cuevas, donde permanecieron días sin comida hasta ser rescatados. Vanegas, con apenas unos pocos sobrevivientes, logró escapar, ganándose el ascenso a teniente por su valentía.
Otro intento, dirigido por el coronel José María Cabal, buscó forzar el paso del río al amanecer, pero fue frustrado cuando los realistas detectaron el movimiento. La artillería republicana, bajo el mando del capitán Pedro Murgueitio, respondió con precisión, pero no fue suficiente para superar las defensas enemigas. López relata cómo las piedras rodantes, lanzadas desde las alturas, se convirtieron en un arma devastadora, causando pánico y bajas entre las tropas republicanas.
Estrategias y Contratiempos
Nariño, recurriendo a la estrategia, ordenó explorar el río en busca de pasos alternativos. El comandante Monsalve descubrió un punto en el Tablón de los Gómez, donde el río era más accesible. El coronel inglés Birgo, al frente del batallón Cazadores, fue enviado a cruzarlo de noche para atacar la retaguardia enemiga. Sin embargo, la falta de guías locales, en un territorio hostil donde todos los habitantes eran leales a los realistas, complicó estas maniobras. Los intentos de cruzar el río por tarabitas improvisadas también enfrentaron dificultades, y los constantes ataques realistas desde las trincheras hicieron imposible avanzar.
Un episodio curioso, narrado por Espinosa, añade un toque de dramatismo a la campaña: la llegada de una plaga de langostas que cubrió el cielo y devastó la vegetación en pocas horas. Este fenómeno, interpretado por algunos como un mal augurio, reflejaba el estado de tensión y desesperación en el campamento republicano.
La Captura de Nariño y su Legado
A finales de abril, las tropas realistas, confiadas en su ventaja, regresaron a Pasto, permitiendo a Nariño cruzar finalmente el Juanambú. Sin embargo, la campaña no logró su objetivo, y Nariño, debilitado por las pérdidas, fue capturado tras la batalla de la Cuchilla del Tambo en mayo de 1814. Conducido a Pasto, en el centro de la ciudad y ante una multitud, Nariño pronunció su célebre declaración: «Si queréis la cabeza del General Antonio Nariño, aquí la tenéis, pero la causa de la libertad seguirá viviendo», ofreciendo con dignidad su cabeza al pueblo, un gesto que encapsula su espíritu indomable.
Bajo protección, los realistas trasladaron a Nariño a Quito y, posteriormente, al puerto de Cádiz, donde fue encarcelado. Aunque su campaña militar no alcanzó la victoria, su legado trasciende la derrota. Como precursor de la independencia, Nariño sembró las semillas de la libertad con su pluma, su espada y su inquebrantable voluntad, diseñando emblemas de unidad y enfrentando el exilio con la convicción de un ideal mayor. Esta odisea, tejida de heroísmo y sacrificio, consagra a Nariño como un símbolo eterno de la lucha por la emancipación colombiana.
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