La primera piedra la puso el gobernador Yamil Arana en enero y ya van en más del 70%, la inversión de $4.460 millones les cambiará la vida a 4000 habitantes
A 72 kilómetros de Cartagena, en las tierras calurosas y fértiles de María La Baja, una comunidad entera se prepara para dejar atrás una rutina marcada por la escasez. Allí, en San José de El Playón, el agua siempre fue una promesa repetida, un anhelo cargado de paciencia. Hombres y mujeres tenían que esperar con canecas al hombro que llegara un carrotanque con agua limpia, pero no pura. Pero ahora, algo está cambiando.
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No es una ilusión. En las calles de El Playón, donde antes se alzaba el silencio resignado, hoy se escuchan voces, risas y el sonido constante de la maquinaria que cava zanjas y suelda tubos. En esas brechas abiertas no solo se están enterrando metros de tubería: también se están sembrando nuevas formas de vivir. La llegada del agua potable es más que una obra de infraestructura. Es el comienzo de una vida distinta.
Durante años, las comunidades de El Playón y Mampuján soportaron el abandono con estoicismo. Lo que en otras regiones es tan cotidiano como abrir una llave, aquí ha sido una carrera de obstáculos. Cada gota obtenida requería esfuerzo.
Pero desde hace unas semanas, la esperanza corre bajo tierra. Más de 11.000 metros de tuberías de PVC están ya en los bordes de las veredas. Un equipo de ingenieros y obreros trabaja a contrarreloj para cumplir con un cronograma que promete, en ocho meses, transformar por completo la relación entre estas comunidades y el agua.
En total, se instalarán 706 acometidas domiciliarias, cada una con su micromedidor, para que el agua llegue directamente a los hogares. También se pondrán en funcionamiento válvulas, hidrantes y un booster que garantizará la presión necesaria para un servicio continuo y confiable. Son detalles técnicos que, para los vecinos, significan una sola cosa: por fin podrán vivir sin cargar agua sobre los hombros.
En Mampuján, a pocos kilómetros de El Playón, el proyecto tiene otra cara. Allí se construye una planta de tratamiento capaz de procesar 1.5 litros por segundo. Tendrá un tanque semienterrado, otro elevado y un pozo de sesenta metros de profundidad. En este pueblo, marcado durante años por el conflicto armado y reconocido por su capacidad de sanar a través de los telares y la memoria, el agua simboliza una nueva etapa. La reconstrucción no solo pasa por el perdón: también por el acceso a lo básico, por la posibilidad de beber sin miedo y de cocinar sin racionar.
La inversión para los proyectos en María La Baja supera los $4.460 millones. Más de 4.000 habitantes de este caluroso sector bolivarense se beneficiarán directamente, aunque su efecto será mucho más amplio. El agua, una vez que llega, no se queda en los grifos: transforma hábitos, activa la economía, atrae visitantes, mejora la salud y dignifica el día a día.
La escena no podría ser más reveladora: en una de sus más recientes visitas a El Playón, el gobernador se sumó a una olla comunitaria y sirvió guisado de gallina en el patio de una casa, mientras a unos metros, una retroexcavadora continuaba abriendo surcos. Fue una imagen que condensó lo esencial: el Estado dejando de ser un ente lejano para volverse presencia concreta, cotidiana, tangible.
El proyecto hace parte del Plan Departamental de Agua “Bolívar Mejor”, una apuesta por cerrar brechas y garantizar que cada rincón del departamento tenga acceso al líquido vital. Pero más allá del nombre del plan y las cifras del presupuesto, lo que se está haciendo en El Playón y en Mampuján es devolverles el tiempo perdido a las familias. Tiempo que antes se gastaba caminando bajo el sol para llenar baldes; tiempo que ahora podrá usarse en estudiar, descansar o emprender.
El agua traerá salud a los niños que crecían con malestares frecuentes por consumir líquido sin tratar. Traerá seguridad a las mujeres que recorrían distancias peligrosas buscando un chorro. Traerá estabilidad a las familias que soñaban con montar un pequeño negocio, pero que no podían hacerlo sin acceso a agua limpia.
Mientras tanto, los vecinos observan. Se sientan bajo los árboles, se agrupan en los portales, y miran cómo los tubos avanzan como serpientes que se arrastran hacia el futuro. No necesitan discursos: basta con ver el polvo alzarse detrás de los obreros para saber que esta vez sí es real. Esta vez no es un aplazamiento. Esta vez no es una promesa más.
El Playón y Mampuján, dos nombres que durante mucho tiempo fueron sinónimos de olvido, hoy resuenan como símbolos de lo posible. Porque el agua, en estos territorios humildes del norte de Bolívar, no solo calma la sed. También inaugura una nueva forma de habitar el mundo.
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