Cría caballos cuarto de milla en su rancho de Antioquia, dicta clases de vaquería y vive rodeado de 17 yeguas preñadas. Hoy toda su vida gira en torno al campo
Durante años, fue imposible no reconocer su rostro en televisión. Mauricio Vélez estuvo en todas partes: desde las telenovelas más vistas hasta los escenarios del humor, desde las campañas publicitarias hasta los realities de horario estelar. Supo ser comediante, actor, presentador y hasta telonero con pijama verde en bares bogotanos donde apenas si cabía el público. Pero mientras la ciudad le ofrecía el vértigo de las luces y la adrenalina de los aplausos, a él lo llamaba algo más profundo: la tierra.
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Su historia no comenzó con un casting ni con una oportunidad casual en televisión. Antes de todo eso, fue herrero. Golpeaba el yunque sin imaginar que algún día estaría nominado como actor revelación en una premiación nacional. Lo suyo era el trabajo con las manos, el barro, el calor del metal. Luego llegaron las tablas, los libretos, los programas de concurso, y un calendario saturado de grabaciones y viajes.
Pero el oficio artístico, con todo su brillo, también arrastra una inestabilidad constante. Entre papel y papel, entre proyecto y proyecto, Mauricio empezó a preguntarse qué tanto de su vida era suyo y cuánto dependía del personaje que los demás esperaban ver. Tuvo algunos choques dentro del mundo de la televisión y antes de que las cosas terminaran mal entonces tomó una decisión poco común para alguien en la cima: se fue al campo.
Allí, en un clima que mezcla el frio de la sabana bogotana y el calor de Cundinamarca, exactamente en Guasca y bajo la sombra que proyectan las montañas, fundó San Gerónimo Ranch, su refugio y su motor. En ese rancho, que lleva el nombre del municipio donde florece, cría caballos con la misma devoción con la que antes construía personajes. Su vida gira hoy alrededor de los animales, del pasto recién cortado y del ritmo natural que impone la vaquería.
Su historia con los caballos no es nueva. En los años 80 y 90 se dedicó con fervor a la crianza de caballos criollos colombianos, luego se apasionó por los árabes y hoy su corazón está en la raza cuarto de milla americana. Tiene 17 yeguas preñadas, cuida cada línea genética y dicta clases de vaquería como quien comparte un conocimiento que le sale del alma. Además, es coach en técnicas ecuestres, y su vida está pensada, de sol a sol, en torno al campo.
No fue una renuncia al arte, sino una recuperación del equilibrio. De hecho, buena parte de su sensibilidad como comediante y actor proviene de ese contacto profundo con la realidad, con las personas, con el trabajo que no necesita reflector. En su finca, entre los caballos y el polvo del corral, logró lo que la televisión nunca le ofreció del todo: tranquilidad.
Vélez no se alejó del todo del espectáculo. Sigue trabajando en algunos proyectos, pero con otra perspectiva. Ya no depende de ellos para sentirse completo. Ahora elige lo que hace. Elige cuándo aparecer. Y sobre todo, elige con quién compartir sus tiempos, lejos del ruido que tantas veces lo rodeó.
Sigue siendo el vaquero multifacético que supo hacer reír a miles y conmover a otros tantos. Pero sobre todo, es un hombre que entendió que a veces el verdadero éxito no es llegar más alto, sino saber volver al lugar donde uno respira hondo, sin máscara. El campo no lo alejó del mundo. Lo devolvió a él a su esencia.
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