En medio de la polarización, el centro político en Colombia busca reconstruirse como una alternativa firme, emocional, unida y capaz de inspirar sin dividir
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En Colombia, como en muchas democracias contemporáneas, la contienda electoral parece definirse entre polos radicales que se oponen frontalmente. Mientras los extremos se consolidan como enemigos ideales, el centro político, a pesar de ofrecer propuestas razonables y necesarias, queda marginado del debate público. ¿Por qué ocurre esto y cómo puede el centro reconstruirse como opción viable?
1. Identidad: del “ni-ni” al centro firme
Durante años, el centro ha sido definido por lo que no es. No pertenece a un extremo ni al otro, y aunque esta posición le permite ocupar una zona de equilibrio, también lo deja sin una identidad clara. La neutralidad, si no se acompaña de firmeza, termina siendo percibida como debilidad.
El reto del centro es construir una identidad proactiva: no como espacio intermedio, sino como fuerza comprometida con principios sólidos, capaz de decir “sí” a la justicia social y “no” al autoritarismo, de cualquier signo. Un centro que no modera, sino que propone con convicción.
2. Narrativa: del dato a la emoción
El centro tiende a comunicar en términos técnicos: cifras, reformas, institucionalidad. Sin embargo, en una sociedad que busca sentido, esperanza o reparación, este tipo de mensajes rara vez moviliza. La competencia política no se gana solo con razones, sino con relatos.
Es urgente que el centro construya una narrativa emocional, centrada en símbolos claros y compromisos visibles. No basta con hablar de “educación de calidad” o “modernización del Estado”; hay que contar historias concretas y las hay por montones.
3. Unidad: de la dispersión a la alianza coherente
Otro de los errores del centro ha sido su fragmentación. Diversos liderazgos compiten entre sí sin lograr articular una visión compartida del país. Esta división no solo debilita electoralmente, sino que transmite confusión al electorado.
La tarea consiste en construir una alianza amplia, coherente y estable. Una coalición que no se una solo por conveniencia electoral, sino por principios comunes y un programa mínimo compartido. Esta unidad debe ser inclusiva, pero no ambigua: requiere acuerdos sobre lo esencial, sin caer en vetos paralizantes ni en uniformidades forzadas.
4. Comunicación: del argumento al relato digital
En la era digital, las campañas ya no se libran únicamente en debates o plazas públicas. Las redes sociales y plataformas de video corto imponen un nuevo lenguaje: inmediato, emocional y simbólico. Los extremos lo han entendido bien; el centro aún no.
El centro necesita dominar este terreno sin perder profundidad. Debe aprender a contar su visión en formatos breves pero potentes, combinar el dato con la emoción, y hablarle a nuevas audiencias con lenguaje cercano. Mostrar rostros nuevos, historias de vida, transformaciones reales. La sensatez también puede viralizarse si se sabe narrar.
5. Liderazgo: de la neutralidad a la inspiración
El perfil de quien encabece esta reconstrucción debe ir más allá del académico preparado o el gestor correcto. Se requiere una figura con legitimidad moral, capacidad de escucha, experiencia concreta en transformación social y, sobre todo, con carisma auténtico.
No se trata de copiar los estilos emocionales de los extremos, sino de construir una forma propia de liderazgo: que inspire sin dividir, que emocione sin manipular, que convoque sin gritar. El país no necesita un árbitro entre dos bandos; necesita una nueva forma de hacer política.
Conclusión
El centro político tiene una tarea inmensa, pero no imposible: dejar de ser una tercera vía meramente técnica y convertirse en una verdadera alternativa ética, emocional y transformadora. Para lograrlo, debe abrazar la complejidad con claridad, hablarle a la gente con historias reales y recuperar el valor del acuerdo sin renunciar a la firmeza.
En tiempos de polarización, ofrecer una visión serena, pero decidida es quizás el acto más valiente de todos.
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