Dónde comerse una de las mejores gallinas criollas en Bogotá

En una cuadra discreta de El Galán está Don Pascual, el negocio de lleva más de 36 años sirviendo una gallina criolla que no solo se come: se recuerda

En una esquina del barrio El Galán, justo en la carrera 57A con calle 4D, late desde hace tres décadas y media un rincón de Bogotá que huele a hogar, a tradiciones y a mesa compartida: Gallina Don Pascual. Allí, sin aspavientos ni carteles ostentosos, se ofrece una experiencia que, en boca de los comensales, rebosa autenticidad criolla.

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Don Pascual empezó como todas las buenas historias: de casualidad y coraje. Corría el primero de mayo de 1986 cuando una familia de Moniquirá atrajo un puñado de gallinas al mercado local y, al día siguiente, las convirtió en el corazón de un negocio familiar. Fue un gesto pequeño, casi tímido, que con el paso de los años empezó a resonar en los paladares de la ciudad.

Con el sabor como estandarte, la cocina de Don Pascual ha tejido su prestigio en torno a una gallina criolla que primero hierve con calma, luego se dora al carbón y por último se empapa en una salsa propia y casera, legendaria en la familia. Esa salsa, y ese cuidado en el proceso, han sido la chispa que ha convertido a este sitio en una referencia: los que lo prueban acaban hablando de un lugar que late con el aroma y la sazón de lo nuestro.

No se trata de subir la apuesta con ingredientes exóticos ni de adornar el menú con nombres pomposos. Uno llega y se encuentra con una gallina entera, jugosa, de carne firme, bañada en esa salsa que desmonta cualquier prejuicio culinario. Viene acompañada, cómo no, de yuca cocida y papa salada, dos compañeras incondicionales de la tradición. El costo por esa contundencia: unos $48.000 (hoy, quizás $66.000, considerando el menú oficial y los precios actualizados).

También hay media gallina por la mitad, pescuezos rellenos, maduros, arepas boyacenses, consomé… una cartilla sencilla que evoca nostalgia y convence por sabor. Sentarse allí no es solo comer, es meterse en una coreografía cotidiana: el consomé humeante que llega primero; la gallina que descansa, orgullosa, en el plato; la salsa que baña sin pudor; y la melancolía que despierta el recuerdo de tardes familiares, de pláticas largas y carcajadas compartidas.

Con más de 36 años de historia, Don Pascual se ha hecho un nombre más allá de su vecindario. Expertos en gastronomía urbana lo festejan, los buscadores de sabor se lo recomiendan, y quienes lo visitan por primera vez no entienden cómo algo tan sencillo puede resonar tan hondo. En medios recientes, ‘Los Insaciables’ le dieron un 10 en sabor; otros portales lo ubican como uno de los mejores tres lugares para comer gallina en la ciudad.

Con más de 1.500 reseñas en plataformas digitales y una calificación que roza el 4.5 sobre 5, los visitantes resaltan su servicio amable, su consomé generoso, su ambiente familiar y unos precios justos. No es un sitio cool, ni un comedor gourmet, y eso es precisamente lo que lo retrata con mayor fidelidad: autenticidad sin imposturas.

La gente llega, se sienta, conversa con quienes están en la mesa de al lado y, al final, se van con la certeza de haber celebrado algo sencillo, bello y profundamente sabroso. Porque en un mundo donde a veces los sabores se globalizan hasta la saciedad, Don Pascual recuerda que el corazón de la comida popular está en lo limpio, lo cálido, lo sin retórica.

Y así, cucharada tras cucharada, calor de leña tras sabor doméstico, Don Pascual sigue, día tras día, cumpliendo su vocación: poner en cada plato un pedazo del alma criolla, esa que no se compra ni se maquilla. Se come.