La polarización domina la campaña de 2026. Uribe y Petro lideran extremos, mientras el centro, débil y sin coraje, aún no logra enfrentarlos con fuerza real
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La polarización y las posturas extremas amenazan con tomarse nuevamente el escenario en la contienda electoral del 2026 en Colombia. Estas han resultado rentables a ambos bandos y por supuesto no tienen motivos para renunciar a ellas. Saben que alborotar las barras bravas de cada extremo contra el otro mantiene la efervescencia necesaria para instrumentalizar los espíritus fanáticos que al final marcan las tendencias y conmueven las conciencias a punta de demonizar a su contraparte. No hay duda de que en esa atmosfera emocional la derecha jugará con el que diga Uribe y la izquierda con el que diga Petro. La apuesta de ambas extremas es atizar la polarización política y radicalizar la lucha ideológica, porque comprenden dos cosas, que el electorado colombiano es vulnerable a la confrontación discursiva y que su tendencia a reaccionar es emotiva y pendular.
Alvaro Uribe es el líder en el que la derecha y su extrema depositan ciegamente su fe y no se saldrán del libreto de tildar de comunista o castrochavista al presidente Petro, enarbolarán impúdicamente las motosierras y pedirán sin rubor hasta la pena de muerte con el propósito de exacerbar los ánimos y mantener caldeado el clima electoral porque están en su salsa. Gustavo Petro es el líder en el que la izquierda y su extrema creen a pie juntillas y sus huestes furiosas y sus bodegas replicarán sin temor a correr líneas éticas los calificativos de fascista y paraco al expresidente Uribe. Izarán las banderas del M19 y gritarán patria o muerte para zambullirse en el pantano de la anarquía y llegar a las elecciones en un estado preinsurreccional porque saben que en el fango es donde mejor juegan.
Las perspectivas de centro, que para casi todo en la vida se requieren para encontrar equilibrios, equidades, búsqueda de consensos y salidas negociadas las desacreditan con saña como posturas tibias, visiones ambivalentes, manifestaciones sin compromiso o posiciones blandengues frente a los temas cruciales. Asuntos que las extremas prefieren volverlos candentes, ya que eso facilita macartismos y descalificaciones. El término medio, que hablaría de la moderación de un dirigente, de su conocimiento de variables y de un temperamento conciliador, es visto como el del papel de un árbitro de futbol cuando los dos equipos se trenzan a golpes o arman una batalla campal y se olvidan de la confrontación deportiva. El centro es lo que hace que todos quieran parecer de centro, los de derecha se dicen centroderecha y los de izquierda de centroizquierda, porque todos saben que en el fondo es la perspectiva adecuada y por eso en ocasiones se vuelven hasta vergonzantes con sus cosmovisiones radicales.
Aunque ubicarse en lo políticamente correcto en Colombia también ha sido utilizado oportunistamente, gracias a posiciones que juegan a dos bandas o que se arriman al sol que más calienta, lo cual ha contribuido a desprestigiar el centro, que ha terminado manoseado por quienes no pertenecen a ningún proyecto de país, no tienen una cercanía real con los problemas, o se mueven de un extremo a otro sin pudor porque realmente carecen de fundamentos éticos. Les interesa el poder y no la postura filosófica y se disfrazan de centristas para acomodar su posición. Pero eso no significa que no haya que reivindicar el centro para derrotar a las visiones extremas, que desde luego seguirán polarizando el país, sí alguna de ellas llega al poder en el 2026. Es su esencia y no tendrían por qué renunciar a ella si les ha dado el triunfo, luego serían 4 años más de tensión polar y confrontación violenta, que en todo caso es el peor clima para construir nación o proyecto de país.
Pero la pregunta del momento es ¿Está preparado el centro para derrotar a las extremas? Sin mucha inteligencia y sin mucho artificio, la respuesta es NO. Porque para que el centro se haga atractivo hay que sacar la contienda de la esfera polarizante, donde los extremos son fuertes. Hay que atreverse a construir cultura política al estilo de lo que logró Antanas Mockus cuando con ingenio y audacia sembró la cultura ciudadana.
Hay que convocar a los periodistas a que promuevan los debates donde se escuche realmente lo que plantean los aspirantes y no se atrapen en los enfrentamientos donde pululan epítetos y se opacan propuestas. Hay que invitar a los encuestadores a que sus preguntas escudriñen las ideas y no a que las preferencias sean a base de rating. Pero sobre todo hay que decirles a los aspirantes por el centro que no caigan en tentaciones facilistas, como recibir los apoyos de aquellos expresidentes que tienen una agenda cargada de personalismos, egos, y ánimos revanchistas.
El centro aún no está preparado para derrotar a las extremas porque no ha logrado que sus dirigentes exhiban la contundencia y el coraje que muestran los líderes extremos. Cada uno de los exponentes que se podría ubicar en el centro es una especie de líder parroquial, o un personaje con prestigio académico o administrativo y en algunos casos ético. Pero ninguno hasta ahora ha sabido administrar su momento de sonoridad y de reconocimiento porque les ha faltado firmeza para enfrentar a ambos líderes de las extremas. Algunos han tenido un tono fuerte contra uno de ellos, pero la falta de rigor contra el otro los ha desdibujado y los ha colocado en la fila, pero no al frente. Hoy hay que reconocer que en Colombia hay dos líderes visibles. Uno de la derecha y uno de la izquierda, y por supuesto de sus extremas. Pero el centro pareciera engavetado. Tiene que salir del closet en materia de coraje, de arrojo, firmeza.
En el centro no hay líderes admirables por el grueso de la población porque no se ha sabido interpretar ni el país ni la coyuntura con una categórica decisión de enfrentar a las extremas con una propuesta tan enérgica como seductora. Porque no se ha sido contundente contra las malas prácticas de ambas extremas, porque ha faltado seriedad y compromiso en algunos casos y sobretodo valentía para tomar los riesgos que asumió en su momento un dirigente de la talla de Luis Carlos Galán. El centro no tiene fuerza para enfrentar las amenazas dictatoriales del presidente Gustavo Petro, que ya ha hablado de cerrar el Congreso, de convocar a una constituyente y cosas por el estilo. Y tampoco está en este momento en capacidad de derrotar a quienes piensan que las políticas erráticas del gobierno le sirven en bandeja de plata el retorno a la derecha y a su extrema.
Quien quiera hoy jugar un papel clave por el centro tiene que saber que las fuerzas centrífugas de los dos bandos polarizantes le pueden aplicar el efecto licuadora. Tiene que comprender que se requiere una estatura moral e intelectual, en la que no se perciba ni por asomo ni un ego, ni una táctica para avanzar en lo personal, ni una postura familiar al nepotismo, ni un interés particular en algún renglón de la economía, ni una estrategia para distraer y generar un efecto en el fiel de la balanza a favor de uno de los extremos, o muchos otros tantos vicios de los que la gente está harta. Un líder en el centro no se puede engañar hoy con la inercia de las encuestas. Tiene que saber que para marcar realmente en las encuestas tiene que marcar primero en el corazón de los ciudadanos cansados de las manipulaciones de las extremas y de la corrupción, tanto de izquierda como de derecha. Tiene que decir algo nuevo a un público que normalmente es escéptico, pero que al final termina movido por las emociones o las pasiones en vísperas electorales, como las que normalmente terminan en el voto en contra o casi siempre guiados por el que mayor impacto emocional haya logrado contra el adversario.
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