El atentado contra Miguel Uribe expuso el odio político, la polarización social y el deterioro moral que afectan hoy a Colombia, con líderes y medios en conflicto
Por: Jorge Buitrago Puentes
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Las múltiples hipótesis que se han tejido en torno al execrable atentado contra el senador Miguel Uribe —precandidato presidencial y heredero político de las élites tradicionales— evidencian el deterioro moral que atraviesa la sociedad colombiana. Desde los extremos del espectro político, tanto de derecha como de izquierda, se propagan versiones cargadas de odio, revancha y cálculo electoral, como si el país fuera un campo de batalla simbólico donde todo se vale con tal de reafirmar la propia narrativa.
Este clima enrarecido revela una sociedad enferma, polarizada y frustrada, que observa fanáticamente desde sus orillas ideológicas el único camino posible para salir del abismo político e institucional en el que se encuentra desde hace décadas. La izquierda, que alguna vez encarnó una promesa de transformación, hoy deambula entre el desencanto, el clientelismo y una deriva pseudoprogresista que solo ha acentuado el caos y la improvisación.
A este escenario se suma el rol nada neutral de los grandes medios de comunicación, muchos de ellos convertidos en correa de transmisión de las élites. Su discurso, a menudo disfrazado de objetividad, alimenta con sutileza los resentimientos sociales, contribuyendo a una espiral de polarización sin retorno.
En medio de este panorama, la conducta del presidente de la República lejos está de ser ejemplar. Su retórica desafiante, su actitud mesiánica y su estilo de confrontación, sumados a signos visibles de desequilibrio emocional, no solo lo alejan del liderazgo sereno que el país necesita, sino que cuestionan su idoneidad para conducir los destinos de la nación en un momento tan delicado.
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