Luz Cucaita dirige un equipo de 16 mil conductores y enfrenta bloqueos, accidentes y caos para que el transporte público de la capital no se detenga
Lucy Amparo Cucaita Cruz, una ingeniera industrial de 35 años nacida en Arbeláez, Cundinamarca, se ha convertido en la mujer más poderosa del transporte masivo de Bogotá. Desde el corazón del Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá (SITP), dirige a un ejército silencioso de cerca de 600 colaboradores que vigilan, supervisan y sostienen en pie los 18 concesionarios con 7.366 buses y más de 16 mil conductores que ruedan por la ciudad todos los días.
En un centro de control que nunca duerme —donde un equipo de 150 personas trabaja en tres turnos para cubrir las 24 horas, los siete días de la semana—, ella coordina la operación como si se tratara de un gran reloj suizo. Allí se reporta cualquier incidente, se ajustan rutas, se activan emergencias y se asegura que los 7.500 paraderos y los 40 patios de buses funcionen en armonía, incluso en medio del caos natural de Bogotá: motos, taxis, carros particulares y marchas imprevistas que alteran la rutina.
Su historia en Transmilenio comenzó en 2012, cuando ingresó al área de seguridad operacional para encargarse de la accidentalidad y la seguridad vial en las troncales. Durante cuatro años trabajó como coordinadora, hasta asumir, más tarde, la dirección técnica de los buses del SITP. Desde entonces, su voz se escucha a toda hora en las radios del centro de control, dando indicaciones y solucionando imprevistos mientras la ciudad despierta, avanza y, a veces, se detiene.
El centro que lidera no sólo supervisa los 290 recorridos de la fase tres —la primera de los buses zonales— sino también las 72 rutas de la fase cinco, la más reciente y moderna. Esa última fase trajo consigo buses que funcionan con gas y energía, cuya operación se controla directamente desde Transmilenio. Para asegurarse de que todo marche bien, hay otros 197 colaboradores distribuidos en las calles, en los puntos de inicio de los recorridos, paraderos y sobre las motos, pendientes de cualquier novedad en las vías.
Las jornadas de Lucy empiezan oficialmente a las siete de la mañana y terminan a las cuatro y media de la tarde, pero su compromiso con el sistema hace que se levante a las cuatro, revise reportes desde casa, salga a terreno con un overol para observar la operación desde las periferias —en lugares como Usme, Ciudad Bolívar o San Cristóbal— y, al caer la noche, continúe pendiente de lo que sucede a través de su teléfono hasta que la ciudad duerme.

Las situaciones más complejas las afronta cuando hay bloqueos, accidentes graves o manifestaciones que paralizan los corredores viales. En esos momentos, la coordinación con la Secretaría de Movilidad, la Policía y la Secretaría de Seguridad resulta fundamental para mantener a flote la operación. Cuando hay alertas por posibles protestas de alto impacto, su equipo se activa desde las tres de la madrugada para monitorear los puntos críticos a través de las cámaras de seguridad de la ciudad y de las instaladas en los 1.800 buses. Si detectan un riesgo para los pasajeros o los vehículos, entran en acción los protocolos de emergencia.
Lucy cree que nada reemplaza la experiencia de ver y vivir las condiciones del sistema en carne propia. Por eso visita frecuentemente las rutas más apartadas, se mezcla con los usuarios y escucha, convencida de que ponerse en sus zapatos ayuda a prestar un mejor servicio. Bajo su liderazgo, el sistema también trabaja por ser más incluyente: de las cerca de 600 personas que tiene a su cargo, el 45% son mujeres, y de los 16.400 conductores del sistema, 780 son mujeres al volante. Es una cifra todavía baja —apenas el 4,5%—, pero ella insiste en que los concesionarios sigan abriendo espacios para que más mujeres conduzcan o trabajen en los patios como operarias de mantenimiento.
Antes de asumir su rol en el transporte público, Lucy trabajó durante cuatro años en una editorial educativa en el área de comercialización y ventas, con un perfil técnico muy distinto al que hoy la define. Es la segunda de cinco hermanos, no tiene hijos y, aunque su vida gira en torno a la operación de un sistema que mueve a millones de personas, siempre encuentra tiempo para regresar a su pueblo natal, en el corazón de Cundinamarca.


En un entorno tan impredecible como las calles de Bogotá, su disciplina y temple sostienen un engranaje delicado. Mientras la ciudad duerme o se agita, ella está allí: atenta, calculando, recorriendo, asegurándose de que cada bus salga y regrese a tiempo, y de que la ciudad nunca se detenga del todo.
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