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    Portada » fracasa el plan de «paz» de Trump
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    fracasa el plan de «paz» de Trump

    ffzyrBy ffzyrjulio 15, 2025Updated:julio 15, 2025No hay comentarios10 Mins Read
    fracasa el plan de «paz» de Trump
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    Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

    La guerra en Ucrania se decidirá en el campo de batalla.

    John Mearsheimer.

    La cumbre la OTAN celebrada en La Haya el 24 y 25 del mes pasado le dio el puntillazo final al plan de “paz” de Trump. El plan que él anunció con bombo y platillo en marzo y que se suponía le permitiría cumplir la promesa electoral que le hizo a los electores de “poner fin a la guerra de Ucrania en 24 horas”. En La Haya todos los miembros de esa belicosa alianza militar aprobaron por unanimidad lo que Trump venía exigiendo desde su primer mandato: destinar el 5% de sus respectivos PIB al gasto militar.

    Pedro Sánchez, el presidente de gobierno español, fue la única voz disidente.  Y se comprende. Su gobierno está en la cuerda floja: no tiene los votos suficientes para la aprobación en el parlamento de este extraordinario incremento del gasto militar porque tanto sus socios de gobierno como el resto de las minoritarias fuerzas de izquierda, habían manifestado previamente su rotunda negativa a aprobarlo. Podía aprobarlo con los votos del Partido Popular, el principal partido de la derecha. El problema es que los lideres de dicho partido llevan meses y meses empeñados en una virulenta campaña de acoso y derribo del gobierno de Sánchez, que perdería buena parte de su credibilidad si ellos votaran a favor de tal incremento. Sánchez intentó salirse por la tangente declarando que, aunque aprobaba el 5% España, se reservaba el derecho a distribuir ese enorme incremento del gasto en función del interés de su gobierno de cumplir otros objetivos, como el de promover las nuevas tecnologías digitales. Algo que obviamente países como Alemania, Francia o el Reino Unido también intentaran hacer. Al fin y al cabo, en las actuales guerras 2.0 dichas tecnologías desempeñan un papel crucial. El gasto militar lo componen cada vez menos la compra de aviones, cañones y tanques y más la de sistemas electrónicos de realizar ciberataques o de neutralizarlos.

    Trump, en su desaforada arrogancia, no le permitió sin embargo a Sánchez salirse con la suya. Lo trató en las redes como si fuera un enemigo y no un aliado muy fiel y le advirtió que, aunque la economía española “está en buen estado”, podrían ocurrir cosas que “la pueden desestabilizar”. Y ciertamente Estados Unidos es capaz de desestabilizar cualquier economía, sobre todo si es la de un país aliado.

    Pero volvamos a la cumbre de la OTAN en La Haya para explicar por qué la aprobación del incremento del 5% del gasto militar de sus países miembros significa la muerte del plan de “paz” de Trump. Empiezo porque inmediatamente después Friedrich Merz, el flamante canciller de Alemania, se unió ruidosamente al coro belicista – liderado en Europa por Keir Starmer, primer ministro británico y Enmanuel Macron, presidente de Francia – declarando su voluntad de apoyar con todos los medios posibles la lucha del régimen de Kiev por garantizar la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Entre ellos, el de convertir a las fuerzas armadas alemanas “en las más poderosas de Europa”. Fue la declaración que hacía falta para que Rusia se terminara de convencer de que el plan de “paz” de Trump era un engaño. Han pasado generaciones desde entonces, pero nadie en Rusia olvida las dosis inconcebibles de destrucción y sufrimiento que experimento el pueblo ruso debido al ataque del que entonces era indiscutiblemente el “Ejército más poderoso de Europa”: la Wehrmacht.

    Esta dramática experiencia histórica explica por qué, desde el comienzo en 2022 de las hostilidades en Ucrania, Rusia haya planteado como una exigencia insoslayable para poner fin a la misma “la desnazificación de Ucrania”. Para los líderes políticos y los medios occidentales el hecho de que el batallón Azov ucraniano usara en su uniforme el mismo símbolo utilizado por las divisiones Waffen SS alemanas no tuvo nunca mucha importancia. Para los rusos resulta inadmisible, porque no pueden olvidar las masacres y las operaciones de limpieza étnica llevadas a cabo en Ucrania por las SS, durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial.  Apoyadas y secundadas con un funesto entusiasmo por sus aliados ucranianos, encabezados por Stepán Bandera, cuyo retrato cuelga en las paredes de las oficinas de altos funcionarios del gobierno de Zelenzki.

    Los occidentales, como ya dije, pueden restarle toda importancia a estos hechos, pero no así los rusos, en cuyas mentes reviven con fuerza las terribles imágenes de la guerra que les declaró la Alemania nazi, cuando escuchan al canciller Merz decir que está decidido a convertir de nuevo a las fuerzas armadas de su país en las más poderosas de Europa. Y cuando asocian, como no podría ser de otro modo, estas declaraciones suyas a la decisión de la OTAN de elevar al 5% por el gasto militar con el fin de disponer en 2030 del suficiente poderío militar como para librar una guerra victoriosa con Rusia.  Para ellos y, desde luego para su líder Vladimir Putin, tanto las palabras del canciller alemán como la aprobación del 5 % por la OTAN, ponen al desnudo la verdad del plan de paz defendido por Trump en los últimos meses. La afirmación de Pete Hegseth, su secretario de defensa en la pasada reunión de la OTAN en Bruselas, de que ya no era “razonable” esperar la recuperación de las provincias ruso parlantes del este de Ucrania, actualmente controladas por el ejército ruso, la serie de llamadas de Trump a su “amigo” Putin para abordar conjuntamente la solución a la crisis de Ucrania, las declaraciones de Marco Rubio, su secretario de Estado, en favor de la “normalización” de las relaciones con la Federación Rusa y los varias reuniones en Moscú con Putin de Steve Witkoff, el enviado especial de Trump para el Medio Oriente, no tenían más propósito que el de conseguir Putin aceptara el plan de “paz” de Trump.

    He entrecomillado la “paz” prevista en el plan de Putin con respecto a la Ucrania, porque en realidad su objetivo nunca fue obtener la paz sino lograr que Rusia aceptara un alto el fuego. Propuesta que así, en abstracto, es difícil de rechazar, porque supone como beneficio inmediato, tangible, la suspensión de unos combates que diariamente se cobran centenares de vidas en ambos bandos. Pero que Rusia, en la actual coyuntura, no puede aceptar. En primer lugar, por razones digamos técnicas: ¿ quién va a garantizar que se cumpla la tregua lo largo de los más de 2.000 kilómetros de frente? No pueden ser Estados Unidos ni los países europeos miembros de la OTAN, porque ambos han sido parte involucrada abiertamente en el conflicto. De hecho, el régimen de Kiev no habría podido aguantar tres años largos de guerra con Rusia, si no hubiera contado con el formidable apoyo económico, financiero y desde luego militar, de tanto de USA como de la UE. Dos protagonistas decisivos que no han dado hasta la fecha la más mínima señal de estar dispuestos a permitir que la garantía del alto el fuego la otorguen tropas de India, Suráfrica o Brasil. Países neutrales en el conflicto. No menciono a China, porque les puede dar un síncope.

    Siempre queda el recurso de los adversarios confíen el uno en el otro. ¿Pero cómo podría hacerlo Moscú?  Que está más que aleccionada por la amarga experiencia del destino final de los acuerdos que ha firmado para dar por concluido el conflicto en Ucrania. Me refiero a los acuerdos de Minsk I y II, firmados entre Moscú y Kiev, destinados a poner fin al levantamiento armado de las provincias rusoparlantes de Donestk y Lugansk, desencadenado a la raíz del golpe de Estado que derrocó al presidente Víktor Yanukovych en febrero de 2014. Angela Merkel y François Hollande, la canciller de Alemania y el presidente de Francia, declararon con posterioridad a la ruptura de los mismos, que se habían firmado solo “para dar tiempo a Ucrania para rearmarse”.

    Igual suerte corrieron los acuerdos de Estambul suscritos por Kiev y Moscú en la ciudad turca en marzo de 2022, a escasas semanas de iniciada la invasión rusa de Ucrania, cuyos términos, según declaró en 2023 Alexander Chaly, negociador por Ucrania, satisfacía los intereses rusos y ucranianos y que por lo tanto quedaba pendiente de la firma oficial por ambos contendientes. Nunca se firmó. Boris Johnson, entonces primer ministro ucraniano, viajo de urgencia a Kiev, se entrevistó con Zelenski y le dijo que si no firmaba estos acuerdos contaría con todo el respaldo de Occidente para continuar la guerra contra Rusia.

    Dados estos antecedentes no sorprende que Putin haya rechazado una y otra vez los insistentes llamados al alto el fuego de Donald Trump

    Dados estos antecedentes no sorprende que Putin haya rechazado una y otra vez los insistentes llamados al alto el fuego de Donald Trump. Siempre temió lo que ahora se confirma plenamente: que no fueran más que una estratagema destinada a detener el lento pero avasallador avance ruso en el frente ucraniano con el fin de ganar tiempo para ampliar y potenciar la abierta intervención occidental en la guerra de Ucrania. Mientras Trump, Rubio y Witkoff multiplicaban los gestos amistosos con Moscú, el general Keith Kellog, el enviado especial de Trump para Ucrania y Rusia, adelantaba discretas negociaciones con Londres, Paris, Berlín y Kiev con el fin de garantizar dicha ampliación. Inmediatamente después de la cumbre de la OTAN en La Haya, él puso en circulación un mapa que expone los términos de la misma. En él aparecen las regiones del este controladas actualmente por Rusia, incluida Crimea, bordeadas por una zona desmilitarizada. El oeste del país aparece dividido en dos grandes zonas: la del noreste en manos de los ejércitos del régimen de Kiev y la del suroeste en manos de las fuerzas armadas de Francia, Gran Bretaña y la propia Ucrania.

    Si los acuerdos de Minsk sirvieron para rearmar al ejército de Kiev y el bloqueo de los acuerdos de Estambul para continuar la guerra, el alto al fuego demandado por Trump a Rusia ha sido pensado para preparar la intervención a gran escala de las fuerzas armadas de Gran Bretaña y Francia en la guerra contra Rusia.

    Putin está decidido a impedirlo. Como lo demuestra la intensificación de la guerra en las últimas semanas, caracterizada tanto por la multiplicación de los avances territoriales en el frente, como por los bombardeos a la infraestructura de defensa y los centros neurálgicos de producción de armamentos ucranianos. Su ofensiva militar se está beneficiando de la decisión del Pentágono de enviar con carácter de urgencia las baterías antiaéreas Patriot a un Israel puesto contra las cuerdas por los masivos ataques con misiles de Irán, hechos en respuesta a los ataques del régimen de Netanyahu.

    Cuando a John Mearsheimer – autor de La tragedia de la política de los grandes imperios y reconocido analista de la actual coyuntura mundial- le preguntaron en estos días qué va a pasar en adelante en Ucrania, respondió: “La guerra de Ucrania se decidirá en el campo de batalla”. Que para mí es lo mismo que decir que tendremos guerra para rato. Y  Más brutal y despiadada. En la que la lógica de la guerra de posiciones se impondrá como hasta ahora a la de la guerra de movimientos. Y que la perderá la potencia la potencia que antes colapse.

    Como ocurrió en la Primera y en la Segunda guerras mundiales. Como ocurrió en la Primera y en la Segunda guerras mundiales.

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