Villavicencio vive una crisis de gobernabilidad: caos vial, inseguridad y agua escasa, agravados por la inoperancia del alcalde Alexander Baquero
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Villavicencio atraviesa una crisis de gobernabilidad sin precedentes. A los problemas que deben padecer los ciudadanos día a día, como la asfixiante inseguridad, el deterioro de la malla vial, la fragilidad de la infraestructura educativa, el estancamiento de obras vitales de administraciones anteriores, el racionamiento de agua, se suma, lamentablemente, la inoperancia de una administración municipal que se hizo elegir, bajo el sofisma de la representación de la “experiencia” y, con ello, la garantía de la restauración del “orden”.
Que así ocurra, debe insistirse, es de lamentar. La improvisación e inseguridad del alcalde Alexander Baquero y de su equipo de gobierno, rasgos que se observan en la forma cómo tramitan los acuciantes problemas de la ciudad, no es ciertamente, el reflejo de lo que, con esa soberbia que es propia de quienes se creen los “dueños de la casa”, se pregonó y prometió en tiempos de campaña electoral.
Que la reiterada negligencia administrativa se pretenda paliar, como ya se hizo costumbre, con el montaje de festivales de licor y música (¡pan y circo!), jornadas insulsas de ornamentación de parques (cuando las prioridades deben ser otras) o exaltaciones al “folclor y la identidad llanera”, amenizadas con coros de música góspel (por aquello de que Dios siempre nos protege e ilumina), advierte de una administración en cabeza de una persona que cree que gobierna, pero que, en verdad, actúa como un “niño grande” que juega a ser alcalde de una ciudad que se le “salió” de control.
Poco le sirve al señor Baquero su manida tendencia a responsabilizar a gobiernos anteriores (incluyendo el nacional) de lo que pasa en Villavicencio. Tampoco le son suficientes las campañas publicitarias de defensa de su gestión, impulsadas desde las redes sociales por contratistas de la propia alcaldía, como han puesto de manifiesto periodistas a través de denuncias que se han conocido.
Hoy, hay que decirlo, “Villavicencio no es de todos”. Así lo ha entendido la ciudadanía que, en su diversidad social y política, todos los días ocupa calles, cierra vías, quema recibos de servicios públicos y hace denuncias, como forma de protesta ante la negligencia de un individuo que prometió, con la “bendición de Dios”, restablecer el orden y brindar bienestar a sus electores y, a decir verdad, terminó convirtiéndose en un problema más para la ciudad.
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