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En medio de la presión cotidiana que se vive en Colombia, marcada por políticas excesivamente personalistas y por una lucha voraz entre camarillas, castas y facciones por el control del Estado y la captura de lo público, es legítimo preguntarse ¿Puede emerger otra forma de hacer política? ¿Existe una tradición comunal, verdaderamente incluyente y popular, capaz de ofrecer alternativas reales?
Es evidente que nuestra democracia, aunque imperfecta, sigue siendo el mecanismo para transformar esta escena repetitiva y desgastada que domina la política colombiana. Pero también es claro que esa democracia está atrapada en prácticas coloniales y en lógicas de dominación profundamente arraigadas en nuestra memoria cultural, en nuestros cuerpos ciudadanos y en la arquitectura misma del poder institucional y cotidiano. Nos agobia el dominio de castas y “podercitos” patriarcales que, más que gobernar, facilitan el encubrimiento y la reproducción del bandidaje y la corrupción.
Frente a esta situación, vale la pena volver la mirada hacia los aportes del antropólogo francés Pierre Clastres (1934–1977), quien investigó a profundidad las formas de organización política de pueblos indígenas del Chaco y la Amazonía. Clastres cuestionó el supuesto etnocéntrico en el que toda sociedad está destinada a evolucionar hacia el Estado como forma superior de organización política. Su trabajo propone una crítica radical a esa visión hegemónica del poder que hemos naturalizado.
Clastres no habla de “sociedades pre estatales”, como si fueran etapas anteriores a una evolución inevitable, sino de sociedades contra el Estado burocrático: pueblos que, lejos de desconocer el poder, desarrollan formas institucionales deliberadas para evitar su centralización. En estas comunidades, los jefes no mandan ni imponen; median, acompañan, representan, pero no detentan una autoridad soberana. Su papel está determinado por la responsabilidad y la reciprocidad con todo lo vivo, n por la dominación.
Este pensamiento, profundamente contrahegemónico, nos permite imaginar una política distinta: una que no dependa de la concentración del poder ni de la personalización de las instituciones. Clastres nos recuerda que no toda vida política debe organizarse en torno al Estado ni al mercado. Sin duda es fundamental democratizar la sociedad, recordando que hay formas comunales de gobernanza que permiten anclar el poder en lo colectivo, donde la cooperación prima sobre la competencia y la autonomía sobre la sumisión.
¿Podemos construir desde lo comunal, desde las prácticas colectivas y territoriales, otras alternativas para estos tiempos?
En la coyuntura actual de Colombia, marcada por el desencuentro y la teatralización de la política electoral, esta mirada crítica puede ayudarnos a descentrar la idea de que el Estado es el único horizonte de lo político. ¿Podemos aprender de esas formas políticas ancestrales que Clastres estudió? ¿Podemos afrontar y superar los desafueros del personalismo y burocratismo político? ¿Podemos construir desde lo comunal, desde las prácticas colectivas y territoriales, otras alternativas para estos tiempos?
Tal vez en las corrientes del pensamiento político ancestral, en los márgenes que resisten al despojo y a las violencias, en las búsquedas de lo común en medio de la diferencia, haya una clave para repensar la política. Frente a la matriz estadocentrica y desarrollista que define nuestros rumbos, pensar con Clastres nos devuelve la posibilidad de imaginar formas de poder e instituciones más comunales, más justas, más compartidas; esto es, sin duda, un antídoto frente al desgaste cínico del poder en nuestros días.
* Ver: Clastres, P. (1978). La sociedad contra el Estado: investigaciones de antropología política (F. Álvarez, Trad.). Monte Ávila Editores.
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