En este lugar de Boyacá, la paz no es promesa sino costumbre: un pueblo sin crímenes, donde la vida transcurre entre postres, ovejas y calles tranquilas
En Boyacá, entre montañas frías, hay un pueblo donde la violencia se olvidó de existir. Se llama Iza, aunque algunos le dicen “el nido verde” del departamento. Y no es solo un apodo turístico: hace más de dos décadas que allí no ocurre un robo, un asesinato o un episodio que rompa la calma. En un país donde las noticias sobre la inseguridad parecen una cadena interminable, Iza vive como suspendido en el tiempo, como si alguien hubiese detenido el reloj justo en el momento en que la vida era más simple.
La primera impresión al llegar es casi infantil: un pueblo de apenas 34 kilómetros cuadrados, con unas siete veredas que parecen cosidas al paisaje, y un casco urbano donde viven poco más de mil personas. Las calles son tan tranquilas que el sonido más fuerte suele ser el de las campanas de la iglesia, el balido de una oveja o las bicicletas que pasan despacio, porque aquí, hasta el ciclismo es distinto: se practica sin la sombra del miedo, con rutas que atraviesan colinas y caminos rurales sin que nadie se preocupe de más.
Lea también: Muy cerca de Bogotá está el pueblo más caliente de Colombia ¿Dónde queda?
Esa calma no es casualidad. Aquí, la rutina sigue marcada por lo esencial. Las mañanas empiezan temprano, casi siempre con el olor a leche recién ordeñada, porque la mayoría de las familias vive de eso: de las vacas, de la producción de quesos y cuajadas que después se convierten en postres tan famosos que han hecho de Iza un destino para golosos. Cheesecake de frutos rojos, mousse de maracuyá, tiramisú, cremosos de Oreo: en las vitrinas hay colores y sabores, pero detrás de cada bocado hay una tradición de 25 años que empezó en una cocina familiar y que ahora es parte de la identidad del pueblo.
Pero Iza no es solo postres. Es también ovejas. En las veredas, pastores de 80 y 90 años aún hablan de “chivas” mientras las cuidan, esquilan la lana y recuerdan la infancia tejiendo cobijas que luego iban a vender a Sogamoso, la ciudad más cercana. Es un pueblo en el que, al caer la tarde, la actividad se apaga. No hay centros comerciales, apenas un par de bares que cierran temprano, y las casas parecen recogerse como si supieran que, en un lugar así, las noches no son para el ruido sino para el descanso.
Quizá esa quietud tenga algo de mágico. Según la mitología muisca, el dios Bochica eligió estas tierras como su refugio final. Quizá por eso, o por simple azar, aquí los conflictos no germinan. Hay un puente, el Puente del Amor, donde van parejas a dejar promesas mirando el río Iza, el único que cruza el municipio. Hay petroglifos escondidos en la vereda Usamena, grabados por los pueblos que estuvieron antes y que hablan de una cosmovisión perdida. Hay, incluso, una capilla diminuta que parece sacada de un cuento, la primera que recibe a los visitantes cuando llegan, reconstruida luego de que un carro la golpeara hace un año, como si hasta los accidentes aquí fueran suaves, pasajeros.
En Iza, la seguridad no es un tema de debate. Es la forma en que se vive. Las personas se conocen por nombre, se saludan, comparten la mesa con extraños que terminan siendo amigos. No hay supermercados grandes, y cuando alguien necesita algo, va hasta Sogamoso, pero siempre vuelve. Porque aquí se respira algo que en otros sitios parece un lujo: paz.
La noche llega temprano. A las siete, casi todos están en casa. El silencio cubre las calles y parece que el pueblo se quedara suspendido, como si la tranquilidad fuera un manto que nadie se atreve a romper. Y tal vez sea eso lo que hace de Iza el pueblo más seguro de Colombia: no solo la ausencia de violencia, sino la certeza de que la vida, allí, sigue teniendo la misma textura de hace décadas, cuando todo era más sencillo y la paz no era una noticia, sino una costumbre.
(function(d, s, id) {
var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0];
if (d.getElementById(id)) return;
js = d.createElement(s); js.id = id;
js.src = «//connect.facebook.net/en_GB/all.js#xfbml=1»;
fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);
}(document, ‘script’, ‘facebook-jssdk’));
!function(f,b,e,v,n,t,s)
{if(f.fbq)return;n=f.fbq=function(){n.callMethod?
n.callMethod.apply(n,arguments):n.queue.push(arguments)};
if(!f._fbq)f._fbq=n;n.push=n;n.loaded=!0;n.version=’2.0′;
n.queue=[];t=b.createElement(e);t.async=!0;
t.src=v;s=b.getElementsByTagName(e)[0];
s.parentNode.insertBefore(t,s)}(window, document,’script’,
‘https://connect.facebook.net/en_US/fbevents.js’);
fbq(‘init’, ‘446647882874276’);
fbq(‘track’, ‘PageView’);