Tibanica, Patio Bonito y la calle 26 encabezan la lista de las ciclorrutas más peligrosas de Bogotá, donde los ciclistas enfrentan innumerables peligros
Con sus más de 600 kilómetros de ciclorrutas, Bogotá se presenta como una de las ciudades latinoamericanas que más le apuesta a la bicicleta. Pero esa imagen amable, de pedaleo tranquilo y movilidad sostenible, tiene un reverso oscuro: una red de caminos donde el miedo viaja más rápido que el ciclista. Tramos solitarios, mal iluminados y plagados de historias que muchos preferirían no contar, también hacen parte del recorrido.
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En promedio, se denuncian 19 robos diarios a ciclistas en la ciudad. Muchos no reportan el caso. El verdadero peligro de muchas ciclorrutas bogotanas no es solo la inseguridad. También lo es la falta de mantenimiento, la oscuridad, los puentes rotos, las zonas sin salida y los túneles donde ni siquiera se ve la luz al final. Literalmente.
Una de las rutas más temidas está en el humedal Tibanica, entre Bosa y San Bernardino. Allí, los tramos son largos, solitarios y sin iluminación. La vegetación espesa sirve de escondite perfecto para ladrones, y el deterioro del pavimento puede causar una caída tan fácil como un asalto. En las noches, la ausencia de alumbrado convierte el recorrido en una trampa. Lo confirma la cantidad de ciclistas que han sufrido robos o han visto cómo alguien sale corriendo del caño para interceptarlos.
El puente de madera en San Bernardino, por ejemplo, tiene tablones rotos, huecos peligrosos y pasa sobre una zona que ya ha sido señalada por vecinos como insegura. A su lado, algunas calles destapadas y sectores poco transitados aumentan el riesgo. Pese a tener cámaras de seguridad, no hay presencia policial constante.
Otro punto crítico es Patio Bonito, cuya ciclorruta atraviesa zonas comerciales con alto flujo de personas, pero también con una reputación complicada. En medio de bares, bicitaxis y callejones, los atracos a plena luz del día no son extraños. A eso se suman caminos rotos, falta de señalización y tramos donde las luces simplemente no funcionan.
El recorrido también lleva a zonas como Tintal-Fontibón, un trayecto donde lo rural se mezcla con lo urbano, pero sin control. A los lados de la vía se extienden potreros y caños, los bicitaxis atraviesan sin respeto y muchos usuarios van con el “manduco” en la maleta, preparados para lo peor. Un pedazo donde el miedo no es paranoia: es precaución.
Y si bien la ciclorruta de la calle 26 podría parecer más segura por su estética y modernidad, la realidad contradice esa primera impresión. Tiene tramos cortados por obras, pasos peatonales deshabilitados, túneles oscuros y zonas donde no se ve más allá de cinco metros. Aunque hay policías en ciertos puntos, la mayoría de la vía queda expuesta en horas no laborales.
A esto se suma otro enemigo: el estado de la infraestructura. Puentes con huecos donde puede quedar atrapada una llanta, túneles inundados por lluvias o filtraciones, vías con losas levantadas. Todo eso no solo pone en riesgo la seguridad de quienes pedalean: puede significar una fractura o un accidente fatal.
En Bogotá, la bicicleta se ha convertido en una herramienta de movilidad para miles. Pero para muchos, también es una rutina de supervivencia. Salir con casco y chaleco reflectivo ya no es suficiente. Hoy se necesita algo más: suerte. Porque en muchas ciclorrutas de la capital, cada pedaleo es un salto al vacío. Uno donde ni las luces, ni la autoridad, ni la infraestructura parecen estar del lado del ciclista.
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