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Escribo esta nota desde ciudad de México, en donde me encuentro con ocasión del XXVIII Seminario Internacional Partidos Políticos y Nueva Sociedad, que organiza el Partido del Trabajo, PT, uno de los tres sectores políticos que integran la alianza que condujo, al lado de Morena y el Partido Verde, a la aplastante victoria electoral de Claudia Sheinbaum, la primera mujer que ostentará el título de presidenta de los Estados Unidos Mexicanos.
El tiempo está lluvioso, y el firmamento permanece laudianublado y hasta con niebla baja a la distancia. No obstante, el ánimo de su población es alegre y cálido. La inmensa mayoría ella está feliz con su situación política. Es que, al contrario de lo que viene ocurriendo en otros lados del continente, aquí el dominio político de la izquierda es abrumador. Claudia fue elegida con el con 59.75% del total de los votos depositados.
Su rival más cercana, Xóchitl Gálvez, de la coalición Fuerza y Corazón por México, conformada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido de Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), los dos primeros de la clásica derecha que dominó en el pasado la política en el país, y a los cuales se sumó, en un gesto que la mayoría considera infamante, el PRD, obtuvo apenas el 27.45% en el resultado final.
La triunfadora, más que dobló a la candidata que la seguía. Y ganó la mayoría calificada en el legislativo. Obtuvo 35.9 millones, frente a 16.5 millones de su rival. Los mexicanos cuentan orgullosamente que su líder por naturaleza, Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente saliente, ganó las elecciones con 30 millones de votos, después de dos ocasiones en las que, como aseguran todos, resultó perdedor por cuenta exclusiva del fraude.
Pero no se trató simplemente de haber ganado las elecciones, sino de haber realizado el mejor gobierno en toda la historia de México como república independiente. AMLO, como lo llaman todos con cariño, consiguió dos cosas absolutamente imposibles en el pasado. Suministrar ayudas sociales sin precedentes a la población más pobre, y haber elevado en altísimo grado su conciencia política. Para ello fue fundamental su pedagógico programa diario, El mañanero.
Como nota curiosa, el conjunto de los apoyos sociales se realizó para la toda la población objeto, sin distinción de clase. Por ejemplo, el subsidio a la población de la tercera edad se les otorgó a todos los adultos mayores, incluyendo a los de las familias más ricas. Igual la ayuda para los jóvenes y demás sectores favorecidos. Para los más pudientes, aquello podía ser simbólico, aunque no se sabe que hubieran renunciado al beneficio. Pero, para los más pobres, resultó providencial.
Obras de infraestructura gigantes como el Tren Maya, que implicó inversiones multimillonarias para crear un corredor de transportes entre los océanos Atlántico y Pacífico en el sur del país, y que generará un enorme desarrollo económico, fueron financiadas con los recursos recuperados a la corrupción, que tanto se combatió en este gobierno. Y no fueron contratadas con entes privados, sino que la ingeniería militar y el ejército del país se encargaron de construirlas.
Una decisión genial de AMLO. Que desde el primer día que llegó al poder, adoptó la decisión de reducir los salarios de los más altos empleados oficiales, escandalosos en el pasado, a una suma apenas justa. Baste con decir que el aparato administrativo de la presidencia de la república fue reducido a una sexta parte, en funcionarios y recursos, lo cual no afectó para nada su funcionamiento y eficiencia.
El apoyo cerrado de AMLO a su candidata fue lo que consiguió semejante triunfo. Sin la menor arrogancia, petulancia o soberbia
AMLO gobernó decididamente para los pobres, los más necesitados, sin la participación de cuales, a su vez, juzgó que nada podría funcionar en su gobierno, denominado la Cuarta Transformación. Dicen que él mismo se encargó de decidir quién debía reemplazarlo, voluntad que acataron todos sus seguidores. Y que su apoyo cerrado a su candidata fue lo que consiguió semejante triunfo. Sin la menor arrogancia, petulancia o soberbia.
AMLO es un héroe en México, aunque no lograra, como lo prometió en sus cien puntos de campaña, la aparición de los 43 jóvenes victimizados por la mafia del narcotráfico en Ayotzinapa. Al respecto reina una ley del silencio, lo que no impidió que 35 militares fueran implicados en el crimen, destituidos y encarcelados, entre ellos coroneles y generales, algo impensable en el pasado mexicano. Diez años después, el pueblo sigue reclamándolos.
En Colombia casi no se habla de AMLO en los medios, ni de su obra de gobierno, ni de su ejemplo, ni de la arrolladora victoria de la izquierda. La ultraderecha colombiana teme como al diablo que se sepa de él. Pero el pueblo colombiano debe volver sus ojos hacia México y sus desarrollos políticos. Hay mucho de aprender de ese país y su gente. AMLO nos lega también un libro, GRACIAS. Vale conseguirlo, estudiarlo, aprenderlo.
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