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Revisando las informaciones de los principales medios globales, es posible afirmar que el mundo está loco; las naciones se tratan a las malas, van entre misiles y antimisiles, elevando la voz en medio de un barullo que habla de desencuentros casi que irreconciliables, como es el caso de la dolorosa situación de guerra entre Israel y las naciones árabes. Mientras eso sucede, las crisis migratorias se vivencian radicalmente entre África y Europa, llenando las metrópolis occidentales de okupas y campamentos de emergencia; además, buscando respuestas y soluciones, se prepara una nueva reunión global de las Naciones Unidas en Santiago de Cali (la COP16), en torno a la pérdida de biodiversidad y los planes para revertirla, mientras los indicadores climáticos del planeta se suben a colores encendidos.
En otro carril, viajando en el transporte masivo, que va rodando del norte al sur de Cali, un joven se sube a vender pasteles a dos mil pesos, dice que no viene ni a pedir, ni a robar, que quiere trabajar y que por eso se levanta con su madre a elaborar su delicioso producto que recrea la receta tradicional de la familia y que además innova porque incorpora frutos secos, arándanos y piña… se baja con mirada triste, solo una persona se anima a comprarle, su silueta se diluye por la plataforma de la estación empujando su improvisado canasto.
En América Latina se celebra la posesión de la primera presidenta en la historia de México; pero se recogen historias de la inestabilidad política y fuerte confrontación social en Argentina y en Venezuela. El lugar común de nuestra región es la sostenida situación de pobreza y de crisis económica que releva la precarización de los sectores medios en el contexto postpandemia y la persistencia de violencias y violación sistemática de derechos humanos. Una breve mirada a Latinoamérica deja la sensación de que nuestras exclusiones se reeditan y nuestras violencias se reciclan, en un sinfín que no logra afrontarse desde salidas duraderas.
“Ayúdenme a mantener mi familia, recuerden hoy por ti mañana por mí” y la joven se baja en la última estación poniendo sobre sus espaldas la bolsa y su soledad
Volviendo al bus articulado que va raudo y lleno de gentes que se dirigen a laborar, ahora se sube una joven con el maletín de pequeños productos empacados con etiqueta, son pastillas de vitaminas para prevenir la gripa en días de lluvia; ella dice nuevamente que no viene a pedir ni a robar, que tampoco está vendiendo cosas de riesgo o de manipulación dudosa, que su producto es vallecaucano y que busca contribuir a mejorar la salud. La vendedora pasa por los puestos entregando la bolsa ciertamente certificada por Invima todos los usuarios del bus devuelven el producto, ella reitera el mensaje: “ayúdenme a mantener mi familia, recuerden hoy por ti mañana por mí” se baja en la última estación poniendo sobre sus espaldas la bolsa y su soledad, espera una próxima oportunidad y se lanza a caminar sobre la nueva ruta.
En Colombia desde los medios más reconocidos y las redes sociales se discute sobre los casos de corrupción de antes y de ahora, se polemiza sobre la marcha de la reforma laboral, sobre los rutinarios eventos de victimización de poblaciones producto de las acciones de diversos actores armados y grupos criminales en los territorios más orillados de la nación; igualmente se discute sobre el nombramiento del nuevo procurador y sobre la situación de riesgos climáticos al final de año. El país discurre en una agenda abrupta que inquieta por efectos de una polarización que incluso llega a agotar la ciudadanía; los mensajes en contradicción terminan por deprimir la credibilidad pública de los principales actores y agendas de la vida colectiva.
Desde la ventana del bus que viaja por un carril exclusivo se ven los charcos y los trancones de octubre, cuadrillas de personas trabajan en limpiar, arreglar y sembrar, limpian por donde pasarán los visitantes de la COP16, se ven ciertamente más agentes del orden intentando regular el trancón, que a su pesar crece en medio de la lluvia. Ya es tiempo de bajar del transporte, pero no se ha terminado de llegar al destino y ya está sobre una de las puertas del bus, una joven rapera que suelta su grito, su canto, y pide otra moneda; hasta aquí vale dejar preguntas: ¿Cómo hacer para que los carriles por dónde va la humanidad en estos momentos puedan encontrarse en un cruce de caminos que nos permita un sentido compartido y justo? ¿Cómo transformar el carril de la cotidianeidad para que la sociedad no siga sometiendo a su juventud a la soledad del rebusque sin brindarle alternativas de vida digna?
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