Opinión
El artista parte de un horizonte de soledad y abandono donde se comienza un viaje sin retorno en una narrativa donde se trata de conectar fenómenos de la naturaleza
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Luis Fernando Peláez lanzó su libro y tiene una exposición cuyo título es Del tiempo que pasa y recuerdo al “eterno retorno” de no fue concebido por Nietzsche como volver el punto de partida, sino que alude a una circularidad autobiográfica que propone a las grandes cuestiones humanas cuya presencia dolorosa forma el núcleo del devenir humano. De esta manera afloran las preguntas fundamentales para volvernos a reabastecernos de inquietudes, ¿Desde dónde preguntar para encontrar una respuesta diferente? Y el ímpetu de esa necesidad nos obliga a estar siempre en la búsqueda para comprender el porqué de nuestras carencias, nuestras ausencias y nuestras faltas. Esto lo representa Luis Fernando Peláez en sus obras. Trata de mostrarnos que hay una síntesis del recuerdo en una memoria o una región lejana donde podemos encontrar no una respuesta sino una pregunta diferente.
El artista parte de un horizonte de soledad y abandono donde se comienza un viaje sin retorno en una narrativa donde se trata de conectar fenómenos de la naturaleza donde la geografía es inhóspita de un muelle, de un mar, de una estación de ferrocarril que nublados y con tiempo de tempestad donde nos abandonan en ese camino incierto. Y, en el arte es posible expresar ese miedo. Ese es su mundo incierto donde tenemos que atravesar el rumbo de la vida.
La obra de Peláez también lleva en su horizonte un sentimiento mudo, una soledad ancestral donde el silencio es bueno en un viaje donde hay frágiles puertas entran y salen al mismo lugar. Y vamos cargados de maletas viejas que llevan nuestros recuerdos a ningún lugar. Pero que los sobrellevamos en el valor del acto cotidiano donde tenemos la alegría domesticada.
Peláez nos muestra en su obra que también somos frágiles. Es la debilidad una rara facultad que siempre nos muestra los límites. De observar que caminamos en una realidad en constantes cambios donde tenemos que acomodarnos en una soledad embalsamada que contiene ese devenir de lo cierto y lo casi siempre incierto. Del avanzar sin llegar. De preguntarse sin la certeza de una respuesta cierta. Y para eso necesitamos de la fuerza interna que nos lleva de la mano para atravesar la incertidumbre de caminos sin destino.
Tanto la exposición como el libro con un bello y poético texto de William Ospina se encuentran en la galería Sextante en Bogotá.
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