La enigmática construcción era la última parada del famoso Ferrocarril del Sur, que la crema y nata de la capital tomaba para deslumbrarse con la imponente cascada
“Allí es donde habitan los fantasmas de los suicidas que se han tirado del salto” son las palabras con las que la mayoría de personas describen a la famosa casa del Salto del Tequendama. Esta construcción, que ha estado en pie por casi un siglo, no ha sido ajena al misticismo que impregna esta extraordinaria catarata y por eso ha sido tildada de embrujada y hasta maldita. Sin embargo, la realidad detrás de su construcción tuvo un sentido más lógico y menos paranormal, pues en sus años de gloria fue la estación de tren más famosa de la región, recibiendo a centenares de turistas que querían ver la obra que Bochica, el dios Muisca, había realizado.
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El salto y el Ferrocarril del sur
Para poder hablar de la historia de la casa del Salto del Tequendama, primero debemos entender la importancia de este lugar, sin ella. Rodeado por la leyenda del gran dios Bochica y cómo ayudó a los indígenas Chibchas a evitar la inundación de la Sabana de Bogotá, este salto de agua siempre ha sido un sitio que combina el interés turístico con el espiritual. Desde tiempos inmemorables ha sido una parada obligatoria para quienes pasan por ahí, incluso hasta ahora que su olor no es tan amable; y, por esa razón, a inicios del siglo XX se le vio como un punto estratégico para avivar las ganas de pasear.
Por ese entonces, más exactamente 1912, Bogotá estaba conectada con el resto de Cundinamarca por medio del Ferrocarril de Cundinamarca. Este sistema comprendía el Ferrocarril de la Sabana, el Ferrocarril de Occidente, el Ferrocarril de Girardot y el Ferrocarril del Sur. Y, precisamente en este último, debido al atractivo en el que se convirtió el Salto del Tequendama, se decidió hacer un ramal que se dirigiera a él. Fue desde la Estación Alicachín, ubicada en Sibaté, desde donde se desprendió la desviación, que se conformó de dos nuevas estaciones: Estación El Charquito y Estación Salto del Tequendama.
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La construcción de la casa del Salto del Tequendama
Fue gracias a la construcción de esa línea férrea que la historia de la casa del Salto del Tequendama inició, pues el sitio, al ser la última parada del Ferrocarril del Sur, necesitó de un inmueble que sirviese, no solo de estación, sino de hotel, para aquellos turistas que quisieran pasar la noche al frente de la cascada. Con el aval, en 1923 iniciaron los diseños de la edificación, que estuvieron a cargo del famoso arquitecto paisa, Pablo de la Cruz, y también contaron con el apoyo de Joseph Martens y Carlos Arturo Tapias. El sitio elegido para el levantamiento fue al borde del cañón, justo en una piedra base que sirvió de soporte.
La construcción de la casa terminó en 1927, justo con la inauguración del ramal, y estuvo a cargo de la firma de ingenieros Uribe, García, Álvarez y Cía. Casi de inmediato, el lugar se robó las miradas de propios y extraños, y empezó a cumplir su función de hospedar a la crema y nata capitalina que quería pasear para ver la majestuosidad del Salto del Tequendama. Además, la casa se empezó a volver un sitio turístico en sí mismo, pues su imponente apariencia gótica y la ilusión de que estaba flotando en la espuma generada por la caída de agua de más de 180 metros, la convirtieron el ‘Castillo de Bochica’.
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El abandono y la restauración como Casa Museo
Por casi 15 años, la casa del Salto del Tequendama se alzó como uno de los sitios más visitados de la región, pero en los años 40, con el fin del Ferrocarril del Sur, el hotel empezó disminuir sus huéspedes. Además, por esos años también se inauguró el Embalse del Muña y la hidroeléctrica el Charquito, lo que llevó a que la cantidad de agua del salto disminuyera y dejara de ser la imponente cascada de antaño, eso sin contar que el crecimiento de Bogotá y Soacha contaminaron las aguas y convirtieron al rio y a la catarata en un lugar imposible de visitar por el olor y el riesgo de enfermedades.
Así fue como la casa pasó por mano y mano, y hasta trató de ser un restaurante, pero finalmente fue abandonada a mediados de 2009 y pasó al olvido. En medio de ese desamparo fue cuando iniciaron las leyendas de la mansión embrujada, en donde aparecen los fantasmas de los suicidas del salto, y tuvo que pasar por actos vandálicos y ritos espirituales. Sin embargo, para su suerte, varias entidades volvieron a posar sus ojos en ella y la restauraron, a tal punto, que en 2018 fue declarada como bien de interés cultural del ámbito nacional. Así, hoy, donde antes llegaban los ricos en tren, hay un museo que muchos deberían conocer.
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