En pleno siglo XIX, cuando despuntaba el desarrollo industrial, comercial y la modernización de Bogotá, en el hogar conformado por José María Ángel y Margarita Arenas, residentes en el barrio Las Nieves en pleno corazón de la capital, nacieron Bernarda y Elisa Ángel Arenas.
En esa época, Margarita y sus hijas vivían lejos de la conocida Localidad de Chapinero, un municipio ubicado en las afueras de la ciudad, comparable hoy a Chía o si quiere a Cajicá, al que se llegaba a caballo o lomo de mula.
Crecieron y se convirtieron en famosas banqueteras que le prestaban sus servicios a la alta sociedad bogotana, sabían mucho de cocina nacional e Internacional y era usual que las llamaran para atender grandes celebraciones y eventos sociales como matrimonios, que se organizaban en las inmensas casas de la época y que podían albergar hasta un centenar de invitados.
En aquellas fiestas, la familia banquetera se encargaba de preparar la comida y cuando tenían todo listo, recibían su pago y se marchaban. La receta de las empanadas que tenían las hermanas Ángel preparadas a base de maíz descascarado en pilón de madera era la sensación entre sus comensales, porque la masa cogía el olor a madera al igual que los buenos vinos añejos, estas empanadas fueron la excusa y el ingrediente perfecto para montar un expendio de las deliciosas frituras, el punto de partida del afamado almorzadero.
El restaurante Las Margaritas nació en 1902 como una venta de empanadas, ubicado en la Carrera 7 con Calle 63, donde actualmente queda el edificio llamado El Refugio. Era un pequeño local que la familia consiguió en arriendo.

Todos los domingos, las hermanas Bernarda y Elisa frecuentaban la Iglesia de Lourdes y un día se les ocurrió la idea de invitar a los feligreses y a sus amistades a comprar las deliciosas empanadas de maíz descascarado en pilón de madera. En esta forma y como un bostezo, de boca en boca, fue corriendo la bola por toda la zona y ganaron renombre.
En aquellos tiempos, Margarita y sus hijas Bernarda y Elisa vendían cada empanada en 5 centavos y la gente hacía largas filas todos los fines de semana. En el local arrendado vendieron empanadas hasta 1913.
En 1915, Elisa se casó con Julio Ríos y como el que se casa, quiere casa, compraron la finca que estaba justo al frente del local donde hoy funciona el restaurante Las Margaritas. De inmediato se trasladaron a la casa grande e instalaron estufas que funcionaban a carbón y la clientela creció en el amplio lugar.
Allí las empanadas hechas con maíz pilado siguieron siendo exitosas. En 1940 tuvieron que abandonar el pilón de madera porque no encontraron quién se hiciera cargo de ese trabajo. Ante esta circunstancia, buscaron nuevos métodos para preparar la masa, pero conservaron el secreto de la receta de empanadas de doña Margarita que hoy venden a 4.400 pesos.
Chapinero en aquel entonces era una zona exclusiva de estrato 6 de Bogotá, donde vivía y solía pasear la clase alta de la sociedad bogotana. No había carros, sino carruajes, o sea, carretas tiradas por caballos. Pocos eran los de a pie y algunos utilizaban el tranvía para llegar allí desde el centro de Bogotá.
En el nuevo local, los clientes empezaron a decir que querían comer algo diferente a las empanadas y otros alimentos que no fueran fritos. Inspiradas en la idea de darle gusto a la clientela, Margarita y sus hijas decidieron preparar ajiaco, cuchuco con hueso de marrano, sobrebarriga en salsa y tamales. Todo lo vendían en cuestión de minutos y el experimento de posicionar nuevos platos, resultó todo un éxito.
Las Margaritas de dulce y las Margaritas de sal
El terreno que ocupa actualmente el restaurante Las Margaritas era una finca grande con algunos cultivos de arveja, fríjol, hortalizas, zanahoria, papa y animales como cerdos y gallinas que sacrificaban para hacer los almuerzos y ser autosuficientes con los ingredientes necesarios para las preparaciones.
Alrededor de la finca existían grandes haciendas y casonas, familias poderosas y con mucho dinero que frecuentaban el restaurante que no daba abasto, pues atendían hasta a 200 personas en un fin de semana en “las Margaritas de sal” como lo conocían y le decían los clientes. A una vecina, la señora Petrona Gómez, que vendía dulces, la bautizaron como “las Margaritas de dulce”.
Allí, a Las Margaritas en la Bogotá de antaño, llegaban clientes muy exclusivos como el expresidente Rafael Reyes, pues la hacienda del general Reyes estaba ubicada en la Carrera 7 con Calle 67 y su vecino, el expresidente Eduardo Santos, abuelo del también expresidente Juan Manuel Santos, tenía su hacienda en la Calle 67 con la Carrera 13.
En las tierras que fueron de Santos hoy está el Royal Center, pero en los viejos tiempos, todos los fines de semana, era habitual que estos expresidentes llegaran con sus esposas a Las Margaritas. Santos iba acompañado de doña Lorencita Villegas, por ejemplo.
Otros asiduos visitantes de Las Margaritas fueron Leo Kopp, el ciudadano alemán fundador de la empresa Bavaria en 1888 en Bogotá; Roberto García-Peña, exdirector del diario el Tiempo, que se comía hasta 20 empanadas de un solo tacazo y el fundador del Gimnasio Moderno, Agustín Nieto Caballero, dueño de Villa Adelaida, quien llegaba a pie a Las Margaritas, pedía empanadas, chicharrón y masato.
Cuando murió doña Margarita, Bernarda, Elisa y los demás hijos se reunieron en honor a su mamá y para continuar con su legado, decidieron ponerle su nombre al restaurante. A esta pérdida, se sumó la de Elisa Ángel Arenas, quien estaba casa con Julio Ríos, no tuvo herederos y murió el 13 de noviembre de 1942.
Dos años después, el 5 de febrero de 1945, el viudo Julio Ríos volvió a contraer nupcias, esta vez con la señora Etelvina Romero Roa y de este matrimonio nacieron los niños Julio Junior y María Consuelo Ríos Romero.
Bernarda Ángel Arenas murió en mayo de 1947 y de la familia que inició el negocio con venta de empanadas, quedaron Julio Ríos y su nueva esposa al frente consiguiendo nuevos clientes cada día. El 6 de enero de 1972 falleció Julio Ríos (papá) y su esposa Etelvina Romero siguió atendiendo a su distinguida clientela.
Al terminar el bachillerato, Julio Junior se fue a estudiar Ingeniería Industrial e Idiomas a Texas, Estados Unidos. Se graduó en 1975 y al regresar al país, trabajó dos años en las petroleras, renunció porque se enfermó su mamá Etelvina. En 1978, Ríos se casó con la santandereana Alicia Camacho Díaz y ambos se hicieron cargo del restaurante.


Tras la muerte de Etelvina Romero el 8 de diciembre de 1994, sus hijos Julio y María Consuelo Ríos Romero heredaron el negocio, pero en realidad quien se hizo cargo de ese legado fue Julio, pues a su hermana nunca le ha llamado la atención este tipo de negocios.
Al tomar las riendas, Julio empezó abriendo el restaurante solo los viernes y luego, toda la semana. Descansaban los lunes. Cuando llegó la pandemia, cerró durante ocho meses. Cuando reabrieron, las cosas no eran iguales, las ventas estaban muy malas, los clientes pocos y decidió regresar al comienzo: atender solo los fines de semana.
Así, el negocio tomó su curso. Abren desde las 8 de la mañana hasta las 4:30 de la tarde, tienen 7 empleados y les ha ido muy bien, pues los clientes de las Margaritas en épocas pasadas fueron tan fieles que actualmente, los herederos de esas familias poderosas de la Bogotá de antaño como los Nieto Caballero y los Santos, entre otras, todavía frecuentan el restaurante los fines de semana y son clientes habituales desde hace más de 50 años.
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Julio Ríos y su esposa Alicia han sabido mantener la herencia que les dejaron y llevan cerca de 50 años con el negocio. Sin embargo, con 77 años encima, reconoce que se siente cansado y no ve un relevo cerca que pueda tomar la antorcha para continuar en esta carrera porque el único hijo que tuvo, al igual que a su hermana, no le gusta ese tipo de negocios y para rematar, vive en Alemania dedicado a la medicina.
El dueño de Las Margaritas nos contó que en estos momentos, su esperanza está puesta en la búsqueda de un comprador que quiera hacerse cargo del restaurante para que el negocio siga por cinco generaciones más. En caso contrario y con todo el dolor del alma, le tocará acabar con uno de los restaurantes más antiguos e icónicos de Bogotá y la Localidad del Chapín.

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